Hay que ser un buen observador para darse cuenta que, entre las calles de la ajetreada urbanidad de Londres, caminan, entre humanos, unos zorros a mitad de la noche o incluso durante la madrugada. Reconocerlos en la iluminación crepuscular es una experiencia mágica, principalmente desde que procuran ser eludidos por la especie humana.
Los zorros viven en la tierra, entre raíces de árboles y ferrocarriles del tren, junto con su manada: madre, padre y cachorros. Entre ellos se mantienen en contacto usando aromas y sonidos, de manera que puedan mantenerse dentro del territorio mientras se consigue comida.
La vida salvaje de los zorros en las calles londinenses ha provocado que tengan una mortalidad de alrededor 18 meses, pues muchos automóviles terminan atropellándolos, cayendo en excavaciones, lotes de basura o asesinados al asustar a los habitantes. No obstante, otros habitantes y turistas que se percatan de la presencia de estos animales, comentan que los zorros se alimentan de palomas, ratas y algunos restos de comida que los humanos tiran o dejan deliberadamente para ellos –como, por ejemplo, snacks, avena e inclusive sandwiches Marmite–.
De acuerdo con Natural History Society, los zorros comenzaron a colonizar Londres después de la Guerra Mundial II; aunque para la década de los 70, se consideró que habían abandonado las calles de esta ciudad cosmopolita. Sin embargo, la colonización continuó al punto de que, en la actualidad, a nadie le sorprende ver zorros rondando en la calle de Oxford. Y a diferencia de los mitos, los zorros no matan por diversión ni terrorizan la ciudad, sólo están en lo suyo, formando parte importante de la icónica imagen de Londres.
[Imágenes: TimeOut]