Dignidad cultural, biodiversidad, cultura alimentaria, calidad de vida y el derecho al placer y al gusto por la comida son parte de la filosofía de un estilo de vida que se hace llamar Slow Food: el arte del buen comer.
En una era en la que nos hemos propuesto hacer de la vida una carrera y una competencia, tomarnos unos instantes para apreciar el universo que engloba el comer bien es casi un sueño. La sed de inmediatez y el miedo a perdernos cada actualización de la existencia han promovido en nuestra cotidianidad pésimos hábitos alimenticios, y si se quiere ver así, han empujado estilos de vida que nos llevan a desvirtuar la importancia de los alimentos en el sentido social, cultural, ambiental y de salud humana.
El reciente caso de la población de China, que se está uniendo al sofisticado movimiento Slow Food, es un ejemplo de que retomar esos buenos valores alimenticios es posible. Pero, ¿por qué el Slow Food? Porque este movimiento, que es más bien un estilo de vida, promueve otros ritmos. La finalidad es anteponer a los vértigos de la globalización una pausa para respirar y voltear a ver lo que hay a nuestro alrededor. Así, el Slow Food, que es parte del Slow Living, propone un consumo de alimentos sin impacto, orgánicos, locales y no procesados, lo que para su fundador, Carlo Petrini, se puede conseguir a través de la producción y consumo local de alimentos.
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Al sumarse al movimiento Slow Food con el proyecto “Slow Villages”, China espera regresar a sus raíces en términos de agricultura local y sostenible, lo que no sólo reactivará la economía sino que puede traer grandes beneficios de salud y bienestar para la población, pues además irá acompañado de programas de educación sobre alimentación, tradición culinaria y preservación ambiental. Incluso, será una forma de incentivar que los jóvenes regresen al campo y reactiven la noble labor de trabajarlo, algo elemental para la vida.
Comer lento (y no globalizado)
No cabe duda de que la cocina es el gran factor civilizatorio de la raza humana, pero ahora hemos sido testigos de una globalización de los sabores. Nunca como ahora los paladares habían estado en contacto con tantos ingredientes y sazones distintos, provenientes de las cocinas de todo el mundo. Sin duda esto ha enriquecido la historia culinaria tanto como ha deleitado a todos los habitantes del orbe, pero, ¿no podría tener consecuencias negativas? Vale la pena echar un vistazo, porque, curiosamente:
La capacidad productiva de alimentos creció 100% entre 1960 y 1990,
mientras que la población creció un 72%
y el consumo individual sólo un 13%.
Es decir, la comida creció como un mercado, y no tanto para deleitarnos o nutrirnos. Esto último viene a ser secundario para el capitalismo, lo que queda demostrado en el hecho de que los alimentos sufran procesos nocivos para ser comercializados; por ejemplo, la refinación de las harinas y los azúcares, el uso de aceite de palma, el congelamiento de verduras y frutas, y el uso de hormonas y antibióticos en los productos de origen animal. Ello, sin contar con que hasta ahora no parece importarle mucho a las multinacionales o a las cadenas de supermercados la ingente cantidad de alimentos que son desechados cada año.
A esto hay que sumar la realidad de que el hambre sigue siendo una constante:
52 de 119 países tienen niveles de hambre que son serios, alarmantes o extremadamente alarmantes.
Además, aún hay una gran brecha en el consumo per cápita de alimentos entre países –siendo China en donde menos ha crecido esta cifra–. Así que estamos ante una extrema desigualdad que reclama un cambio radical, pero no a través del sacrificio de nuestro paladar.
Es por eso que adoptar el estilo de vida que propone el Slow Food sería un primer paso para cambiar esta situación, ya que es un llamado a la sustentabilidad local y nacional, a la reactivación del campo no por vía de empresas multinacionales sino de los jóvenes y las familias, y a que reavivamos las tradiciones culinarias de nuestros países, pues éstas son más que suficiente para deleitar nuestros paladares mientras generamos una cultura de buena nutrición y resiliencia.
* Referencias: Ceceña, Ana Esther, y Marín Barreda, Andrés, Producción Estratégica y Hegemonía Mundial, Siglo XXI Editores, México, 1995.
* Imágenes: PxHere