Pocos han entendido la exclamación y sentencia de Antonin Artaud: “Pues la gran mentira ha sido hacer del hombre un organismo”. La música, para Scott Walker, en su conjunto es un régimen de desorganizaciones. La trilogía realizada en más de 30 años comienza con el álbum Tilt, The Drift, Bisch Bosch y ahora Soused (a manera de epílogo) está atravesada por una maquinaria sonora que se erige en resonancia con la cripta por desenterrar, una verbalidad viscosa por pronunciar a manera de conjuro. Cada álbum determina su propia lógica y sus propias desorganizaciones. Ciclos de desmembramiento sonoro y verbal se encuentran conectados en intensidades intestinales. El ungüento “orquestal” se frota y se conecta entre pedazos sonoros de carne fresca (literal), gongs tibetanos, sitars, sonajas, bramidos de burros, gritos de Donald Duck psicótico, cuernos de carneros, guitarras hawaianas vibrando distorsiones masivas, martillazos secos a cajones de madera; concertina y ukelele contaminan las orquestas wagnerianas rechinando disonancias pesadillescas.
La voz cuasi operística de Scott Walker desgarra su angustia, busca superar bosquejando los centros gravitacionales de nuestro horror cotidiano; el más puro horror coronado en el centro de cada día. Las calamidades de Scott Walker y su plaga sonora, buscan herirnos metafísicamente al imponernos un musical aberrante, una comedia brutal y doliente a la que nadie escapa, la risa atronadora ante la tragedia; donde incluso los grandes dictadores ven el día de sus desgracia (Tracks: Clara, The Day The Conductor Died (An Xmas song)).