Vida y muerte, los conceptos que por excelencia ejemplifican la tendencia a la dicotomía que extrañamente suele redundar en la realidad. Pero, ¿realmente hay tanta diferencia entre una y otra? Si nos adentramos en una reflexión muy exquisita podemos llegar a concluir que de hecho, ni siquiera vale la pena preguntarse si la vida es muy distinta de la muerte y por ende, si la muerte es real o no, y ahora entenderá por qué lo decimos.
Si pensamos en la muerte no como una experiencia que se atraviesa en vida, pues esta sería la contradicción más grande (o quizá no), sino como un sustantivo, lo primero que nos remonta a la cabeza son per se las cosas muertas. Al reflexionar sobre ellas podríamos decir que es simplemente materia sin vida que se rige por las fuerzas fundamentales del Universo.
Pero, ¿qué sucede si por el contrario pensamos en las cosas vivas? Cuando pensamos en vida, generalmente lo primero que se nos viene a la cabeza es la existencia humana o la de algún otro ser como los animales o las plantas. Pero si continuamos con nuestro recorrido reflexivo hacia el interior más esencial de estas cosas, entonces llegamos a la primicia fundamental, que es: un ser autosuficiente constituido de células cuyas funciones actúan como un engranaje que terminan dotando de sentido a aquel agente y le permiten evolucionar.
Sin embargo, ahora que la diferencia entre las cosas dotadas de vida y muerte parece estar muy clara, de forma violenta podemos retumbar la diferenciación con el simple fundamento de que la vida sólo es posible mediante la unión de la materia muerta, que forma una red exquisita de todos los componentes necesarios para hacerla funcionar. Tan es así que, si se extrae ADN de su célula protectora, no tendrá la capacidad de fungir como un ser vivo y en cambio, no podrá realizar ninguna función por sí solo.
Entonces tenemos que las cosas vivas están gobernadas por los mismos principios y leyes fundamentales de la naturaleza, que las cosas muertas. Lo que significa que la vida es un entramado complejo de cosas muertas que se aglutinan de las formas exactas para dotarlas de existencia. Entonces, ¿realmente hay diferencia?
¿Coexisten o forman parte de lo mismo?
Aunque podría parecer que filosofar sobre el hecho es mucho más sencillo que ponerlo en palabras prácticas, existen algunos ejemplos que nos hacen dudar todavía más de qué es la vida y si tiene mucha diferencia con la muerte. ¿Coexisten o forman parte de lo mismo?
Los virus, por ejemplo, son material genético que no poseen células y que por lo tanto se les cataloga como ‘sin vida’; están muertos. Pero eso no los exenta de apropiarse e invadir células muertas que luego reavivan. Parece no tener lógica en lo absoluto.
Las mitocondrias son otro claro ejemplo de esto, pues en algún momento fueron simples bacterias libres de toda relación. Pero poco a poco se fueron asociando con células que las adoptaron de forma endosimbiótica, así las mitocondrias se incorporaron a la función de las células, eso sí, con la condición de mantener su propia información genética.
En otras palabras, sacrificaron su vida por la supervivencia de su ADN, lo que puede decirnos que en contracorriente, la vida puede involucionar hacia la muerte, siempre y cuando sea benéfico para su propia información genética. En ese sentido, quizá la vida sea sólo información y los procesos de intercambio de información entre cosas muertas.
Edwin Schrodinger decía que “los seres vivos evitan la descomposición hacia el desorden y el equilibrio”. Pero en una conclusión inesperada, resulta que para alcanzar dicho equilibrio, se valen de la muerte. Lo que nos regresa de nuevo a la pregunta, ¿realmente la muerte existe? Puede que no y que sea sólo una parte más de la vida o viceversa.