En el prólogo a El informe de Brodie (1970), Borges sostiene que “no hay en la Tierra una sola página, una sola palabra” que sea sencilla, pues “todas postulan el universo, cuyo más notorio atributo es la complejidad”.
Como sabemos, a Borges le gustaban las paradojas y el infinito, pero más allá de estos juegos intelectuales es posible encontrar un germen de realidad en su dicho y decir, por ejemplo, que de verdad cada elemento de este mundo lleva cifrado en sí mismo su propio mundo pero también el mundo entero, como si una esencia recorriera secretamente todas las cosas de esta realidad uniéndolas y codificándolas, de tal modo que, al tomarlas y leerlas, podemos descubrir una suerte de mensaje inscrito en su naturaleza.
En otro tiempo, así fue como procedieron tantas y tantas culturas que elaboraron sus sistemas cosmogónicos a partir de la metaforización de la realidad, el entendimiento de ésta a partir del sentido figurado, de la posibilidad de ver no lo que no está ahí para, pese a todo, obtener algo, una dialéctica creativa en la que mundo e individuo se sintetizan entre sí para provecho de uno y otro (en el mejor de los escenarios).
Siguiendo esta premisa, ¿por qué no pensar que hay elementos de la naturaleza que, en su solo existir (pero no simple ni sencillo), nos ofrecen valiosas lecciones que pueden ayudar a mejorar nuestra propia vida?
En el sitio Waking Times, Christina Sarich nos ofrece una serie de características del bambú que pueden interpretarse como enseñanzas:
Según Sarich, estas características nos permiten destacar la notable adaptabilidad del bambú. También su resistencia al cambio, pero no en un sentido de negación, sino en el mucho más positivo sentido de recibir el cambio para después salir avante, fortalecido. Como dijera Goethe:
La vida es de los vivos, y quienes viven tienen que estar preparados para el cambio.