Pocas especies que llamen tanto la atención como la mariposa monarca. Probablemente sean los insectos migrantes más cautivadores. Es sencillo sentirse impresionado con la monarca, fundamentalmente cuando se imaginan los retos que enfrenta un ser de apariencia tan frágil para completar su ciclo migratorio anual.
Pero las apariencias engañan. Por un lado, su llamativo colorido es también una forma de alejar a sus depredadores. Tampoco su fragilidad resulta del todo cierta. Cada año las mariposas monarcas vuelan sobre las extensas praderas y bosques de Canadá, atraviesan las zonas áridas de Estados Unidos, surcando zonas tan inhóspitas para una mariposa como el golfo de México, hasta su arribo a los santuarios, bosques de coníferas donde prevalece el oyamel.
Resulta casi inconcebible que las mariposas se establezcan en los mismos árboles ocupados años anteriores por sus congéneres, algo que hasta la fecha todavía se investiga. Estudios recientes sugieren una posible orientación basada en el magnetismo la Tierra.
Casi igual de inimaginable puede ser para muchos que no todas las monarcas migran. Algunas simplemente se quedan en las zonas de reproducción. Las mariposas migrantes nacen a la mitad del verano o a principios del otoño y serán sus nietas las que logren completar el viaje.
Existen dos poblaciones migratorias en el Norte de América: las monarcas que viven del lado este de las Rocky Mountains vuelan hacia México, mientras que las más occidentales se quedan en California –como las fotos que muestran Ardenwood Historic Farm, Corona Butterfly Preserve, Pismo Beach Monarch Grove.
Es bien sabido, que a las monarcas no les gusta el frío, en cuanto la temperatura de una zona comienza a descender, las monarcas salen huyendo.
Cuando el Sol llega a situarse 52 grados sobre el horizonte, el ciclo reproductivo de la monarca se dispara.
La dieta líquida de las monarcas es posible gracias a sus probóscides, el equivalente a la boca de las mariposas, algo similar a un popote. Además, de agua y néctar estos insectos ocasionalmente comen fruta blanda, siempre y cuando no se les queden grumos pegados en sus probóscides.
También se alimentan de asclepias, alimento rico en alcaloides (de ahí el veneno que contienen), vital para las larvas, que se encuentra principalmente en Norteamérica.
Si bien los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y México han hecho esfuerzos loables por la conservación de la monarca, esta especie sigue amenazada por diferentes factores: la tala clandestina en santuarios mexicanos como el Rosario, el decrecimiento de la producción de asclepias silvestres y los efectos del cambio climático han disparado las señales de alerta de algunos científicos y ambientalistas.
Ante el incierto futuro de tan linda población de insectos, debemos valorar aún más la existencia de fotografías tan espléndidas como las que acompañan esta nota.