Cuando el Sol, la Tierra y la Luna, se alinean casi perfectamente, se genera un fenómeno astronómico asombroso al que llamamos eclipse lunar. Durante este, la Tierra se interpone entre el Astro Mayor y el satélite natural, produciendo una sombra detrás del planeta llamada umbra. Cuando la Luna en su tránsito alrededor de nostros alcanza dicha sombra, es cuando deja de recibir por completo los rayos del Sol. Pero no importa cuánto lo intentemos, por más que nos quedemos esperando a que la Luna desaparezca o apague completamente su brillo, nunca lograos ver una Luna totalmente negra, siempre será roja, ¿por qué?
De las sombras a la Luna de Sangre
Durante los eclipses totales de Luna, el satélite natural atraviesa por las tres partes de la sombra generada por la Tierra, llamadas penumbra, antumbra y umbra. Cuando la Luna transita por la penumbra todavía es posible ver un poco de rayos solares reflejados en su cara, pero una vez que cruza la antumbra que es el límite entre la penumbra y la umbra, comenzaremos a perderla de vista.
Si alguna vez ha observado un eclipse total de Luna, sabrá que poco a poco la sombra se escurre por el disco lunar y parece irla oscureciendo cada vez más. Sin embargo, cuando la oscuridad está a punto de cubrir de lleno al satélite, de pronto todo cambia y pasamos de ver una Luna llena de sombras a una Luna completamente roja a la que llamamos Luna de Sangre.
Si la atmósfera no existiera, durante un eclipse total de Luna veríamos desaparecer por completo al satélite, sin embargo, sabemos que esto nunca sucede y no es precisamente porque no alcance la umbra total, sino que es a consecuencia de la atmósfera.
La atmósfera es la clave
Nuestra atmósfera desvía los colores de diferente forma dependiendo del ángulo de incidencia de la luz solar. Por ejemplo, cuando el Sol está en su cenit, el azul es el color predominante y la razón del porqué el cielo es precisamente de esta tonalidad. No obstante cuando la luz se acerca más hacia el horizonte, es decir, cuando los rayos le pegan casi de forma paralela, vemos cambios en las tonalidades del cielo que pasa de un azul celeste a un rojizo e incluso roza las tonalidades más cálidas como el rosa, un efecto que recibe el nombre de arrebol.
En gran medida esto se debe a las partículas suspendidas en el aire que afectan directamente a la refracción de la luz. Las partículas en suspensión propiamente, dispersan la luz refractada por la atmósfera de la Tierra y afectan el color de la Luna como lo percibimos desde dentro de la atmósfera. Para comprenderlo un poco mejor hay que pensar en los grandes conciertos en donde se requiere de cámaras de humo para logra una mayor refracción de la luz emitida por los reflectores y así cubrir todo el escenario. Pero en este gran escenario llamado Tierra, la atmósfera es esa gran cámara de humo que genera partículas que propician el esparcimiento de la luz que a su vez se refleja de distintos colores dependiendo del ángulo de incidencia de los rayos solares.
En ese sentido, cuando la Luna entra en la umbra y deja de recibir por completo los rayos del Sol, la atmósfera hace viajar la poca luz que le llega desde sus costados y es lo que le da un color rojizo al satélite durante los eclipses totales. Hay que recordar que aunque la Luna no está recibiendo los rayos del Sol, la atmósfera no deja de estar expuesta a ellos del todo.