La experimentación genética ha sido un tema milenario. Cientos de culturas han cruzado razas, desde animales hasta plantas. La verdadera mala reputación de estas pruebas llegó cuando empezaron las experimentaciones genéticas, implantadas entre distintas especies, sin que ello se hiciera a la par de estudios que comprobaran, claramente, que eran salubres para el ser humano y para el medio ambiente.
Algunas experimentaciones genéticas son benévolas, de hecho, si se hacen con ética, pueden ayudar en la lucha contra el hambre, la desnutrición y algunas enfermedades. Sajaya Rajaram, nacido en la India, pero naturalizado mexicano, ganó este año el equivalente al nobel de arquitectura, el prestigioso Premio Mundial de Alimentación 2014. Este reconocimiento se otorga a quienes han contribuido al desarrollo de la humanidad, a través de la mejora de la calidad y disponibilidad de alimentos.
Rajaram ha generado cientos de variantes de trigo, diversificando la variedad de este producto, pero sobre todo, haciendo especies que tienen rendimientos mucho más altos, no bajo una lógica clásica mercantilista, sino con un esquema que permita aliviar problemas sociales con estas ventajas.
Este científico ha desarrollado hasta 480 variedades de trigo resistentes a las enfermedades y adaptables a múltiples climas, sus productos han permitido, por ejemplo, lograr dos cosechas al año, en lugar de una. El premio se lo entregarán en octubre en Iowa. Rajaram ha trabajado en el Centro Internacional para el Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT) desde 1969, donde ha entrenado a más de 400 científicos. Este estudioso es ejemplo de una experimentación genética amigable a la salud y el medio ambiente, un tema que podría recuperar su buena reputación si se hace con humanismo.