En muchos países de latinoamérica el maíz es básico para la dieta tradicional y cotidiana, pero en México, este alimento es vida. Casi todas las delicias gastronómicas de este territorio se construyen alrededor del sabor y las propiedades del nutritivo grano. Además, su importancia va mucho más lejos: en México representa a una cultura, a sus tradiciones y mitos originarios.
Mientras que el consumo de maíz es muy alto y no con vistas a disminuir en el futuro próximo, la producción de su versión transgénica está poniendo en peligro a las múltiples variantes nativas. Esto representa un problema muy grande, no nada más en términos de biodiversidad y sustentabilidad ambiental, también en términos sociales: el abandono al campo y el detrimento del consumo de maíz nativo afectan a la economía local y reducen la posibilidad de conseguir autosuficiencia alimentaria.
Un estudio del Instituto de Ecología y el Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, dirigido por Elena Álvarez-Buylla, publicado en Agroecology and Sustainable Food Systems demuestra que el 90.4% de las tortillas consumidas en México contienen secuencias de maíz transgénico; lo mismo para el 82% de los productos derivados, como tostadas, harinas, panecillos, etc. Lo verdaderamente preocupante, es que la producción de maíz transgénico en México está suspendida y no se permite; sin embargo hay cultivos que estaban experimentando con la planta, lo que explicaría estos datos.
El propósito específico del maíz transgénico -producido principalmente el laboratorios estadounidenses- es resistir a diversas plagas y tolerar un herbicida llamado glifosato. La resistencia a plagas depende de una toxina que es peligrosa, pues no solo mata a las plagas del maíz, también a otros insectos que no deberían sufrirlo. Por otro lado, no sabemos con certeza las consecuencias de que los humanos consumamos estas toxinas. Además, como se recuerda en el estudio, el glifosato ha sido ligado al cáncer y no se recomienda consumirlo.
La buena noticia es que las tortillas de maíz nativo, sembrado por campesinos, producidas de manera local y artesanal, con masa nixtamalizada, contienen menos secuencias genéticas ligadas al maíz transgénico. En ese sentido, su consumo es mucho más confiable. El problema es que a través de la polinización y corrientes de aire el maíz transgénico ha contaminado al nativo y es así como las secuencias transgénicas logran filtrarse en las nuevas generaciones de maíz nativo. La versión transgénica es endeble y depende de la existencia de la planta original; si esta desaparece el maíz podría extinguirse para siempre.
Lo que podemos hacer es preocuparnos por incentivar el consumo de maíz local y no sólo de sus variantes más populares. En México hay maíz de todos los colores y cada uno tiene sus particularidades y valor simbólico propio. Se trata, además, de no permitir que la tradición campesina que está dedicada a la producción de maíz desaparezca. La vuelta a la milpa y la lucha contra los transgénicos son pilares para promover que el territorio alcance capacidad para alimentar a su propia gente, sin ponerla en riesgo y protegiendo un patrimonio natural que también es sustento de la identidad.