Los atardeceres son un momento mágico. Cuando observamos una puesta de sol, el enrojecimiento es incluso más evidente, puesto que las partículas dispersan la luz azul de manera muy efectiva. Si bien, la luminosidad que tiene el disco solar es tan enorme que puede dañar nuestra retina y las quemaduras por la luz solar son irreversibles y muy graves, no quita que los atardeceres son toda una ciencia.
Los colores rojizos (como los de la Luna de sangre) más allá de la superstición de malas noticias trae consigo tres fenómenos físicos: dispersión, refracción atmosférica y el rayo verde, que en conjunto forma un efecto óptico conocido como dispersión de Rayleigh.
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Los fascinantes fenómenos físicos detrás de la belleza rojiza de los atardeceres
Los colores del cielo son el resultado de una mezcla entre la composición de la luz, la atmósfera y la fisiología de la visión propia del Homo sapiens. Desde hace siglos sabemos que la luz es blanca, que está formada por los colores del arco iris y que la atmósfera no es uniforme, en ella hay capas de gases y partículas en suspensión.
Cuando la luz solar atraviesa las capas se descompone como si estuviera atravesando un prisma y al contactar con las partículas rebota y se refleja. El algo parecido a lo que sucede en el planeta Marte cuando el polvo rojizo se eleva en el aire y nos da la impresión de que el cielo marciano es rojo.
No todos los colores se dispersan por igual, el azul se dispersa más que el resto, ya que el oxígeno y nitrógeno absorben mayoritariamente la luz azul-violeta, dejando pasar la naranja-rojiza. Esto permite explicar por qué el cielo suele verse más azul al mediodía que a primera hora de la mañana o a última hora de la tarde, ya que el sol está en su punto más alto y su luz atraviesa intacta la atmósfera, pero para que entiendas, te explicamos mejor esté detalle:
Horizonte rojo
Para entenderla hemos de pensar que la luz del sol se compone de diferentes colores. Al atravesar la atmósfera la luz es dispersada (desviada) por las pequeñas partículas que la forman. No todos los colores se dispersan de la misma forma.
La luz azul, de longitud de onda más corta, se ve más afectada, de manera que es desviada en todas direcciones. Es por eso por lo que vemos el cielo azul. En cambio, la luz roja, de longitud de onda más larga, se ve poco afectada. Al mirar directamente hacia el sol, la luz original ha perdido gran parte del color azul, que ha sido desviado en otras direcciones, pero mantiene la práctica totalidad del color rojo.
Sol achatado
La atmósfera se comporta como una lente, de manera que curva los rayos de luz y provoca que los astros aparezcan más elevados de lo que realmente están.
La refracción depende mucho de la altura del astro sobre el horizonte, siendo nula en la dirección del cénit y aumentando significativamente a medida que nos acercamos al horizonte. Así, el borde inferior del sol, más cercano al horizonte, se ve más afectado por la refracción, y por tanto aumenta más su altura sobre el horizonte, que el borde superior. El resultado es que el disco solar pierde su forma circular y aparece achatado.
El rayo verde
El fenómeno que el protagonista de la novela homónima de Julio Verne persigue por medio mundo. La refracción afecta más a la luz azul y menos a la roja. Cuando solo queda una pequeña porción del sol por encima del horizonte, la refracción descompone su luz en una franja de colores similar al arco iris, con el azul y violeta, más refractados, en la parte superior, y el rojo, menos refractado, en la parte inferior.
Esta diminuta franja irá desapareciendo gradualmente bajo el horizonte: primero el rojo, después el naranja, a continuación el amarillo y el verde.