¿Vacunas y autismo? El origen del peligroso movimiento antivacunas que se hizo más fuerte a partir de la teoría de que las vacunas generan autismo en niños pequeños.
La Lucha de los Contrarios es la piedra angular de la dialéctica materialista, esta versa que las situaciones y los fenómenos de la naturaleza, en sí mismas evocan hacia su contrario. Así para poder sentir calor, primero hay que experimentar el frío. Lo mismo sucede con las estructuras complejas del sistema social.
Hace poco más de 200 años, la humanidad celebraba la formulación de la primera vacuna. Gracias a Edward Jenner, la humanidad recibió la vacuna contra la viruela. No obstante y como es característico del ser humano, surgió una postura dual ante la fórmula médica. El movimiento antivacunas surgió casi en instantáneo en respuesta a la vacunación generalizada.
Desde entonces existe un encarnecido debate ante las vacunas. Por un lado, está la responsabilidad colectiva, por el otro, la reticencia ante un supuesto daño al organismo por parte de las vacunas. Lo cierto es que el movimiento antivacunas tiene su origen desde hace siglos y persiste aún en pleno siglo XXI.
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El mito del autismo en niños pequeños a causa de las vacunas
Los padres se preguntan si vacunar a sus hijos es la mejor opción. El miedo a las consecuencias y reacciones adversas son el eje del movimiento que busca sortear las enfermedades por otras vías.
A lo largo de estos dos siglos del movimiento antivacunas, han surgido numerosas teorías sin fundamento científico que lo alimentan. La más sonada es quizá aquella que expone que las vacunas provocan autismo en niños pequeños. Pero, ¿de dónde surgió este mito?
En febrero de 1998, Andrew Wakefield publicó un artículo en la prestigiosa revista The Lancet. En él se relacionaba falsamente a la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola), con el espectro autista en niños.
El articulo fraudulento más tarde fue revocado por The Lancet, que se retractó de la publicación atribuyéndole la responsabilidad a Wakefield. El caso llegó hasta las autoridades médicas de Inglaterra, que decidieron revocar la licencia, acusándolo de engañar a la comunidad científica entre otros cargos más graves.
Se comprobó que Wakefield falseó información y cometió procedimientos invasivos innecesarios no autorizados en niños con autismo, lo que se contrapone totalmente con la ética de la praxis médica. Finalmente, el tribunal encontró que el autor había actuado de manera deshonesta e irresponsable en su investigación publicada.
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El mito persiste
A pesar de las pruebas científicas, las tasas de inmunización en Reino Unido tardaron casi dos décadas en recuperarse. Gracias a la mala praxis de Wakefield, millones de padres se siguen preguntando hoy en día si vacunar a sus hijos es la mejor opción.
Los números son claros, durante este periodo de dos décadas donde el movimiento antivacunas se hizo más fuerte, Inglaterra experimentó más de 12 mil casos de sarampión, muchas con graves complicaciones que derivaron en la muerte de al menos tres niños.
Responsabilidad colectiva
Hasta la fecha, no existe evidencia científica que sustente que las vacunas aprobadas causen enfermedades como el autismo. Es nuestra responsabilidad informarnos de fuentes confiables basadas en evidencia científica, antes de tomar la peligrosa decisión de evitar las vacunas.
La aplicación de vacunas es hasta la fecha, nuestra única arma en contra de enfermedades que en tiempos antiguos podrían causar la muerte de millones de personas. No se trata de una decisión individual, sino de una colectiva que nos lleve a la inmunización como población, de esta forma se evitan millones de muertes.
Vacunarse es un acto de responsabilidad social, aunque también es cierto que cada opinión debe ser respetada. No obstante, debemos considerar que en este caso, se cual sea la postura ante la que nos declinemos, afectará en gran medida al resto de las personas que te rodean.