Hace unos días se llevó a cabo en Oaxaca el taller titulado “La Emergencia del Nosotrxs: Cartografías de la memoria”, el cual fue impulsado por la Universidad de la Tierra en Oaxaca, con el objetivo de elaborar una propuesta de reconstrucción territorial a partir de la memoria, ya sea documentalmente escrita o desde las construcciones narrativas de oralitura comunitaria generada a lo largo de todo el proceso de construcción de los territorios. El taller fue impartido por José Ángel Quintero Weir, indígena añú, quien es coordinador de la Unidad de Estudios y Culturas indígenas y profesor titular de la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia. Desde su activismo y como miembro de un pueblo originario ha participado durante muchos años en las luchas reivindicativas de las comunidades indígenas de Venezuela.
A continuación, comparto fragmentos de los que vivimos el taller y que dan esperanza para la reconstrucción de procesos territoriales en diferentes partes del mundo. Mucho de lo platicado fue abordado por medio de historias y relatos de los pueblos indígenas que habitan alrededor del lago de Maracaibo. Para iniciar se presentó en su lengua materna añú afirmando que él era José Ángel Quintero Weir, hijo de Julia Weir, su madre, quien es hija de Isabel Weir, su abuela, quien es hija de Berta Weir, su bisabuela, y quien es hija de Victoria, su más antigua abuela…, enfatizando que es importante mantener y honrar la memoria, siempre mirando hacia atrás y recordar a la ultima de las abuelas, porque ellas son la huella y la memoria, estamos aquí gracias a que ellas existieron y estamos construyendo nuestra propia vida gracias a ellas.
Explicó que la intención de este espacio era reconstruir la memoria; pero la memoria no es solamente el recuerdo. Es importante mencionar esto porque cuando se habla de memoria, pensamos que tiene que ver con la posibilidad de recordar y a veces nos olvidamos… Es ahí donde muchas veces la sociedad occidental trata de borrar la memoria o construir la historia de acuerdo a su visión, una persona sin memoria siempre tendrá problemas para su propia existencia. Toda memoria es territorial y es un principio que necesitamos establecer, de tal manera que no existe memoria sin territorio, y no hay Historia sin territorio. La separación disciplinaria del territorio y de la Historia es un invento generado por Immanuel Kant y justo se da en el momento en que se están repartiendo el territorio africano entre Alemania, Francia, Portugal, Inglaterra y Bélgica, todo esto sin contar la historia de los africanos; es ahí cuando se construyó un proceso de la geografía que parte de la colonialidad y el dominio.
Todo grupo humano que necesita un espacio para convivir lo necesita territorializar, convertirlo en su propio territorio, pero para ello primero es necesario contar con un punto referencial desde donde se va a observar, no sólo tomando en cuenta la capacidad de atraer una imagen de lo que está frente a nosotros, sino también lo que la imagen nos hace sentir; es necesario ver y sentir el mundo para conocer y reconocer los lugares. El punto desde donde observamos es fundamental, ya que nos orienta en todo nuestro proceso para conocer y reconocer los diferentes lugares que componen un territorio. Aquí tenemos un contraste importante con lo que sucedió en la colonia, ya que desde su visión ellos se plantaron como si estuvieran sobre el mundo y por eso se sentían con el derecho de pisarlo. Desde el pensar indígena estamos dentro del mundo y no por encima. El mundo es un sujeto gigante con el que nos relacionamos. Por eso hay una correlación entre sujetos y no lo vemos como algo que vamos a tomar, sino que el mundo nos permite ocuparlo. En el mundo nada está solo, nada es solitario, todo está relacionado; debemos dejar de verlo como un recurso que esta atravesado por un proceso mental de colonialidad.
Todo parte de una construcción nosótrica de la cosmovivencia que representa la cimentación del habitar, desde el lugar donde estamos viendo y la manera en que nos vamos a relacionar con nuestro hacer en ese determinado lugar, construir el habitar tiene como primera instancia “la casa” y esa casa responde a los elementos presentes en el territorio, no sólo en su diseño específico, sino también en su ubicación. La perspectiva de ver el mundo es lo que nos va a generar la construcción de nuestra cosmovisión, pero la materialización de esa cosmovisión en el espacio territorial va a generar una cosmovivencia, de tal manera que el orden en el que establecemos la construcción del habitar es de acuerdo con nuestra vida cotidiana. El problema de Occidente es que el habitar se construye a partir de la economía, de la acumulación y del capital; por eso hoy en día nos encontramos con ciudades totalmente invivibles. Muchos de los grandes proyectos de extracción representan parte de un proceso de desterritorialización de la memoria; cuando se saca alguien de su territorio se borra parte de esa memoria.
El comer tiene que ver con el hacer del mundo y la territorialidad de la producción. El hacer de la territorialidad de la comunidad humana supone su capacidad de lograr establecer la correspondencia entre el hacer temporal del mundo, el hacer de los lugares y el hacer de las especies (animales y plantas), con su propio hacer material para la existencia y sustentabilidad como sociedad; de tal manera, que sólo la armonía de haceres de todos los involucrados es lo que hace posible la existencia compartida y complementaria de todos, y tal compartición y complementariedad siempre ocurren en el contexto de una espacialidad y temporalidad correspondiente al hacer del mundo expresadas en sus lugares y como ejercicio de las comunidades de seres que en ellos se hacen presentes durante esas temporalidades. Las diferencias entre los haceres de las distintas comunidades de seres de las que finalmente obtiene su alimento, la misma comunidad está obligada a diseñar, crear y producir diferentes formas de organización social para el éxito colectivo en el proceso, así como el desarrollo de tecnologías y técnicas, siempre en proceso de mejoramiento y transformación para, finalmente, lograr materializar todos los instrumentos y herramientas necesarios en la ejecución de sus labores de producción capaces de garantizar el sustento alimentario para toda su población.
El curar tiene que ver con el hacer del mundo y territorialidad de la sanación. Debe entenderse que el proceso de territorialización igual implica la necesidad de conocer y reconocer todos los lugares propicios a la siembra, producción y/o recolección de plantas, flores, semillas. Pero también, para la caza o captura de aquellas especies animales cuyas grasas y fluidos, igualmente, son susceptibles de ser utilizados en rituales y procesos de sanación de las afectaciones que, como enfermedades, los sujetos pueden llegar a sufrir durante sus relaciones con los distintos lugares del espacio territorial, pues se trata de los diversos alientos que la naturaleza del ambiente puede incubar en el territorio a ocupar y que los sujetos, en su cuerpo, llegan a transformar como parte de ellos. En este sentido, y como parte fundamental de la memoria territorial de un pueblo, el conocimiento y reconocimiento de todos aquellos elementos de origen vegetal, animal o simbólico presentes en el territorio, y que de una u otra forma, coadyuvan a la salud física y social del grupo.
Finalmente, el convivir tiene que ver con el hacer del mundo y su territorialidad compartida con los otros. Dicho de otra manera, la necesidad y ejercicio de convivir tiene su razón en el reconocimiento de dos principios que sólo en apariencia se presentan como contradictorios ya que, en verdad, siempre resultan ser complementarios; ellos son:
Finalmente, Quintero hizo énfasis en que la permanencia comunitaria en el espacio territorializado exige la transmisión del proceso de conocer. Por lo tanto, no se trata de un proceso de enseñanza-aprendizaje de conocimientos o saberes definitivos, esto es, de meros contenidos instrumentales, sino del proceso generado en su diálogo con el mundo que obliga a una forma de transmisión en el compendio de un sistema ordenado por el que los sujetos son incorporados al grupo y al que ellos optaron por denominar “sistema de educación propia” que toda comunidad humana ya territorializada desarrolla y mantiene como camino y expresión de su cultura mediante la práctica de un hacer lingüístico-tiempo-espacial orientado por el horizonte ético al que colectivamente se aspira y que, simbólicamente, es concentrado en el discurso de una oralitura que vive y se revitaliza cada vez que su canto-relato es enunciado como parte de una pedagogía del nosotros capaz de potenciar el espíritu creador y de transformación de los nuevos miembros que, así, enfrentan desde la huella de la memoria colectiva las problemáticas de su realidad presente, como la continuidad del permanente “diálogo comunitario con el mundo”.
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