El ajolote, criatura mítica que ha hechizado al mundo con sus asombrosas características, no sólo es un animal extraordinario con capacidades regenerativas, sino que ha formado parte de la cultura ancestral de México. El anfibio se posicionó como un animal enigmático para los indígenas que lo veían como un ser mitológico capaz de desafiar a la muerte. Por esta razón, el ajolote protagoniza una antigua leyenda que nos cuenta la historia de la creación del Quinto Sol.
El nombre mismo de ajolote, proviene del náhuatl axólotl que se compone de dos vocablos, ‘atl’ que significa ‘agua’ y ‘xólotl’ que quiere decir ‘monstruo’. Por lo tanto, el ajolote era concebido por los pueblos tradicionales como un monstruo de las aguas, la advocación acuática del dios Xólotol, el hermano gemelo de Quetzalcóatl.
Según la mitología azteca, la leyenda del ajolote toma lugar en Teotihuacán donde el Sol y la Luna fueron creados. En este lugar sagrado fue concebido el Quinto Sol, que es la era que atravesamos actualmente según la piedra solar azteca, la cual también predice que la era culminará a causa de grandes temblores.
La leyenda del ajolote
En el principio del Quinto Sol no existía nada, sólo vacío en la más absoluta oscuridad. Entonces los dioses se reunieron para crear una nueva era, comenzando por la luz. Propusieron el sacrificio de dos dioses para que ardieran en el fuego y así crearan el Sol y la Luna.
Tecuciztécatl, dios precioso, adornado y pretencioso, se ofreció para ser el primero en lanzarse al fuego. Pero ningún otro dios se ofreció a hacerle compañía, entonces hicieron un consenso para elegir el segundo creador y Nanahuatzin, el dios buboso, sarnoso, que casi no hablaba, fue elegido para acompañar a Tecuciztécatl.
Entonces se dispuso una enorme hoguera en Teotexcalli, el ‘hogar de lo divino’, ahí Tecuciztécatl ofrendó al fuego espinas hechas con piedras preciosas, plumas de quetzal y oro, mientras que Nanahuatzin ofreció espinas de maguey cubiertas de su sangre.
Con todos los dioses observando, el Teoxtecalli ardió en fuego durante cuatro noches. La hoguera estaba lista para el sacrificio de los dioses, sin embargo, Tecuciztécatl no tuvo el valor de lanzarse al fuego y Nanahuatzin lo hizo sin chistar. Cuando el dios precioso observó el valor de su compañero, se arrojó a la hoguera y los dos ardieron con gran ímpetu.
Luego de unos momentos, el dios buboso resurgió como un gran astro de luz, el Sol, que apareció por el oriente como un ser que ilumina la Tierra. Por el otro lado, resurgió de entre las llamas Tecuciztécatl en forma de Luna. Sin embargo, ninguno de los dos tenía movimiento, cómo podría vivir la Tierra sin luz en movimiento. Los dioses de pronto tuvieron una idea:
“Sacrifiquémonos y hagamos que resucite con movimiento por nuestra muerte”. Se decidió que Echécatl, dios del viento, se encargara de matar a los dioses. Sin embargo la historia dice que hubo uno de ellos, Xólotl, gemelo de Quetzalcoátl, que se rehusaba a morir.
Un momento antes de que Ehécatl sacrificara a Xólotl, este último dijo: “Oh dioses, ¡que no muera yo!”. Y lloró tanto que se le hincharon los ojos, pero algo inesperado sucedió. Al llegar Ehécatl a matarlo, Xólotl escapó despavorido y huyó hacia las milpas donde permaneció escondido entre los maizales. Ahí tomó la forma del tallo de maíz que los campesinos llaman ‘xólotl’, pero ni así se encontró a salvo del viento.
Cuando Ehécatl lo descubrió, echó a correr y se escondió en los magueyes tomando la forma de un mexólotl (maguey de dos cuerpos), pero su táctica tampoco resulto y Ehécatl lo pilló. Entonces el dios que se rehusaba a morir decidió huir hacia el agua, convirtiéndose en axólotl, pero sólo para encontrar la condena de muerte convertido en ajolote. Desde entonces, el ajolote se ha consagrado como el animal que se niega a morir y