Desde 1970 empezamos a ser deudores de la naturaleza y a utilizar sus recursos a crédito. Pero aunque ahora parece que nos basta con usar lo que está reservado para el futuro, sin que parezca haber consecuencias –tal como sucede con las tarjetas de crédito–, es indudable que el planeta pronto nos cobrará los intereses. Y éstos serán impagables.
La extinción animal rebasa la velocidad natural; los bosques desaparecen a un ritmo de 500 mil hectáreas en México; el plástico ha invadido –y contaminado– cada rincón del planeta, y los ecosistemas marinos se pierden a la velocidad con que se extinguen los arrecifes de coral.
Un cálculo estima que, de seguir a este ritmo, en el 2100 podría haber una extinción masiva.
Según Global Footprint Network, una ONG que calcula los recursos de la Tierra y cómo se gestionan, la población mundial ya está en deuda con el planeta este 2018: oficialmente, hemos agotado los recursos de todo el año. Se trata de una fecha casi inédita, pues hace más de 40 años que no nos excedíamos así.
Somos una antítesis de la naturaleza.
Somos todo menos una especie resiliente.
Somos una disonancia que choca con los más primigenios fundamentos de la vida.
:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/culturacolectiva/LLPFHTBKOZG2LAJS7NJJTVPB3E.jpg?ssl=1)
Earth Observed
Pero cabe preguntarse: ¿por qué hemos llegado hasta este punto? Otro interesante dato de Global Footprint Network arroja que si todos los habitantes del globo vivieran como se vive en Estados Unidos, necesitaríamos cinco planetas para sobrevivir. En cambio, si todos viviéramos como en la India, requeriríamos sólo una fracción de 0.7 de nuestro planeta para sobrevivir.
¿A qué debemos aspirar como humanidad?
Más que pensar con ayuda de conceptos económicos y de mercado (deuda, crédito, recursos), deberíamos comenzar a pensar la naturaleza en términos filosóficos y preguntarnos qué modos de vida son realmente los más resilientes, orgánicos y sanos según una reflexión más amplia.
Porque es verdad que las soluciones individuales se presentan como posibles y necesarias: comer menos carne aplaza nuestra deuda personal por 6 días, y usar energía renovable hasta por 3 meses. Pero son limitadas en tanto no cuestionemos lo que hay detrás de esta crisis ecológica de alcances planetarios.
Como recalca Michael O’Heaney, director de la campaña The Story of Stuff, para HuffPost:
Esto no es un problema de consumo individual. Hay un problema sistémico; tenemos un sistema que mastica recursos, crea productos usando esos recursos, los escupe y los hace no durables, para que la gente los tenga que tirar.
:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/culturacolectiva/FJYXH77XINFF7NOI2ANHMKIVW4.jpg?ssl=1)
NASA Earth
Y es verdad: nadie pidió vivir así. Pero ahora se ha vuelto una imposición que incluso hemos interiorizado; hemos dejado de ser críticos ante los procesos productivos y ante nuestro propio consumo. Así, la obsolescencia programada –que los productos no sean durables– es algo que damos por sentado: vivimos condicionados por gastos que en realidad sólo tendríamos que hacer una o dos veces en la vida.
Por ello resulta necesaria una visión multidimensional, macro y microscópica, donde aquello que necesitamos no sea sólo gestionado por gobiernos o empresas sino por nosotros mismos, de manera más colectiva que individual. Ejemplos hermosos de ello ya existen en México, donde comunidades enteras gestionan sus propias fuentes de energía solar.
Porque no podemos dejar de extraer los recursos naturales. Pero podemos y debemos reconocer los derechos de todos los seres vivos –de todo lo biológico–. Entablar nuevas relaciones con la naturaleza y recuperar nuestra dignidad perdida regresando a nuestros orígenes resilientes, de manera que nuestra existencia no sea una antinomia que nos conduzca irremediablemente a la extinción.
¿Crees que sea posible todavía? ¿Tú qué propones?
* Imagen principal: The Objective, edición Ecoosfera