Por un lado, la calidad de los alimentos se está deteriorando: los cambios climáticos han hecho que se pierdan o dañen cultivos enteros. Por otro lado, el mercado de los alimentos se encuentra en un punto tenso: ha tenido que reaccionar ante la escasez.
Tomemos el caso actual del maíz (uno de los tres granos importantes, junto con el trigo y el arroz): los campos de cultivo de maíz en Estados Unidos exceden a los campos de arroz y trigo en toda China. En los pasados meses de junio y julio, hubo temperaturas superiores a 38°C por periodos de más de 10 días. Los campos reportaban un 77% de productos de buena a excelente calidad, cayeron a sólo 26%, una de las cifras más bajas… y se sigue deteriorando.
Ahora, el mundo esperaba una buena cosecha de EU para reabastecer las reservas de maíz, pero no la hubo. Los precios subirán a récords no vistos.
En 2008, los precios del maíz se duplicaron. Como reacción, las naciones restringieron sus exportaciones para combatir la alza de los precios a sus propios habitantes. Mientras, los gobiernos de los países importadores entraron en pánico; algunos de ellos compraron o rentaron tierras en otros países para producir alimentos para ellos mismos.
Así serán las políticas y los intereses en esta nueva época: cada país verá sólo por sí mismo.
Parece que los líderes políticos aún no han comprendido la magnitud del problema. El progreso de las últimas décadas para enfrentar a la hambruna se ha revertido. Se necesitan adoptar nuevas políticas en cuanto a la población, energía y agua. Puede que estemos mucho más cerca de una crisis de alimentos ―escasez, alza de precios, preocupación en la gente, inestabilidad en las naciones― de lo que imaginamos.