La investigación de Katie Keranen, sismóloga de la Universidad Cornell, en Oklahoma (EE.UU.), descubrió una importante correlación entre la secuencia de temblores en este estado y las inyecciones masivas de agua en pozos usados para la industria del petróleo.
De acuerdo con el estudio, la producción del petróleo en esa área disminuyó desde la década de los 90, cuando los operadores comenzaron a introducir grandes cantidades de agua en campos petroleros. Estos pozos se usaban para “recubrir” los reservoirs agotados de petróleo, o para almacenar desperdicios tóxicos producidos durante la perforación.
Por lo que, al recibir más de 19 millones de litros de agua, a una profundidad de hasta 3.2 kilómetros, los pozos acumulan altos niveles de presión “que tiene que ir a un lugar”. De ese modo, Keranen explica que es una relación de causa y efecto, donde las inyecciones de fluidos en pozos aislados provoca una secuencia de sismos retardados de hasta 20 años: “[E]ste tipo de inyecciones de desperdicios líquidos tiene el potencial de desbloquear tensiones tectónicas construidas a lo largo de las décadas (aunque no estaban muy activas).”
A lo largo del análisis de Keran
en, hubo una evidente correlación entre el incremento del agua inyectada en los 8 mil pozos de inyección profunda en la región, y el aumento en los registros de sismos: desde 2008 hasta 2013, el estado de Oklahoma ha registrado anualmente 44 sismos de una magnitud de tres o más en la escala de Richter; mientras que en 2014, la cifra ha alcanzado hasta unos 233 sismos.
Sin embargo, el Geological Survey, el sismológico oficial de Oklahoma, se muestra escéptico ante esta posible relación entre las inyecciones profundas en los pozos y los sismos. Según sus informes, la secuencia de los temblores tiene una causa natural; por lo que, en caso de validar el estudio de Keranen, es necesaria una investigación a profundidad.