Hace 70 años, en plena Segunda Guerra Mundial, comenzaron a circular en territorio estadounidense diversos afiches con mensajes estrictamente políticos y patrióticos en los que se exhortaba al pueblo a prescindir del automóvil, con el fin de ahorrar combustible para las tropas militares, para no obstruir calles ni avenidas ante el paso de soldados y para ahorrar recursos económicos.
Si bien esta acción en pleno siglo XXI resulte fuera de contexto, en aquella época, cuando el mundo vivía una de las peores crisis sociales de la historia moderna, la planificación de gastos de recursos para este fin era necesaria. En contraparte, en el 2012, también resulta imprescindible, solo que desde un ángulo distinto.
El cambio climático y el calentamiento global –y lo que ambas traen consigo– es el principal motivo por el que es necesario replantear las estrategias ecológicas de diversos gobiernos y distintas organizaciones civiles, quizá con el mismo ímpetu con que los afiches se propagaron hace siete decenas de años.
Como es sabido, el automóvil es una de las principales fuentes emisoras de CO2. La tecnología y varias estrategias políticas han tratado de mitigar el daño que esto provoca, sin, desgraciadamente, tener contundentes resultados en pro de la salud de planeta y la de nosotros, sus habitantes. Esto lleva a pensar: si estas medidas que son obligatorias ante la ley no cumplen con un fin determinado –la salud ambiental– ¿qué sigue en temas de transporte y medio ambiente? ¿Hasta dónde es necesario expandir las leyes (y las sanciones) para que finalmente se obtengan resultados reales? O en definitiva, ¿es la concienciación la única respuesta a tan grave problema?
[TREEHUGGER]