En 2025, la astronomía sumó un hallazgo que obligó a replantear varias ideas básicas sobre cómo se forman y evolucionan los planetas: el exoplaneta con forma de limón. Detectado gracias al James Webb Space Telescope, este objeto no solo llama la atención por su aspecto alargado, sino por el entorno extremo en el que existe y por una composición química que no se había observado antes. Lejos de ser una curiosidad aislada, su estudio abre nuevas preguntas sobre los límites de la física planetaria. Entender qué es y cómo llegó a ser así permite asomarse a un cosmos que sigue siendo profundamente impredecible.
El exoplaneta con forma de limón y su órbita extrema
El objeto fue identificado como PSR J2322-2650b y posee una masa cercana a la de Júpiter. Sin embargo, a diferencia de los planetas gigantes que conocemos, este gira a apenas 1.6 millones de kilómetros de su estrella. Esa cercanía provoca que complete una órbita en solo 7.8 horas, una duración tan corta que rompe cualquier comparación con los años planetarios del sistema solar.

La consecuencia directa de esta órbita extrema es su forma. La intensa gravedad de su estrella lo estira físicamente, deformándolo hasta darle un aspecto alargado, comparable al de un limón. Este fenómeno, conocido como distorsión por fuerzas de marea, había sido previsto por modelos teóricos, pero nunca confirmado de manera tan clara en un exoplaneta real.
Un planeta que gira alrededor de un púlsar
La estrella anfitriona no es una estrella convencional, sino un pulsar, es decir, una estrella de neutrones que gira a gran velocidad. Estos objetos se forman tras la explosión de una supernova y concentran una masa similar a la del Sol en un volumen del tamaño de una ciudad. Su gravedad y radiación se encuentran entre las más extremas del universo conocido.
Este entorno hace que la existencia misma del planeta sea desconcertante. Los púlsares emiten principalmente radiación de alta energía, pero casi nada de luz infrarroja. Esto permitió al James Webb observar directamente al planeta sin la interferencia habitual de la luz estelar, una ventaja poco común en el estudio de exoplanetas. Gracias a ello, los astrónomos obtuvieron un espectro químico inusualmente limpio.
Una atmósfera dominada por carbono
Al analizar su atmósfera, los investigadores encontraron algo aún más inesperado. En lugar de moléculas comunes como vapor de agua, metano o dióxido de carbono, detectaron una composición dominada por helio y carbono molecular. Nunca antes se había registrado una atmósfera planetaria con estas características, lo que sugiere la ausencia casi total de oxígeno y nitrógeno.

Las temperaturas en la superficie del planeta alcanzan los 3,700 grados Fahrenheit, aproximadamente cuatro veces más que las de Venus. Bajo estas condiciones, el carbono podría formar nubes de hollín en la atmósfera. Los modelos también indican que, en el interior del planeta, la presión podría ser suficiente para que ese carbono se cristalice en forma de fragmentos de diamante, una posibilidad tan sorprendente como científicamente plausible.
Un origen que no encaja en los modelos conocidos
La combinación de forma, órbita y composición ha llevado a los científicos a considerar escenarios poco convencionales. Una hipótesis plantea que el sistema podría parecerse a los llamados sistemas de viuda negra, donde un púlsar va despojando de materia a su compañero hasta destruirlo. Sin embargo, este proceso suele darse entre estrellas, no entre una estrella y un planeta.

Otra posibilidad es que no estemos ante un planeta típico, sino ante el remanente de un objeto mucho más masivo que perdió casi toda su materia con el tiempo. El problema es que incluso este escenario no explica la alta concentración de carbono. Por ahora, los investigadores admiten que ningún mecanismo de formación conocido logra explicar completamente lo que se observa.

El descubrimiento del exoplaneta con forma de limón demuestra que el universo todavía desafía nuestras clasificaciones más básicas. Su existencia obliga a reconsiderar cómo definimos un planeta y hasta dónde pueden llegar las condiciones extremas en otros sistemas estelares. Cada nuevo dato confirma que, incluso con telescopios capaces de ver los rincones más lejanos del cosmos, seguimos encontrándonos con fenómenos que no encajan en ningún esquema previo. ¿Cuántos otros mundos imposibles permanecen ocultos, esperando ser observados?




