La psicología, como disciplina científica oficial, ha fungido como un paralelismo al advenimiento de lo que es ser individuo. Carl Jung, el “arqueólogo del espíritu”, rompió hasta cierto punto con esa visión, sin dejar de lado que la psicología es, por definición, el conocimiento del alma (pshyké).
El problema del individualismo es que entiende al ser humano como una sola esencia: quien es un individuo es un ser indivisible de sí mismo y que puede auto-realizarse sin otra mediación que su voluntad. O lo que es lo mismo: no necesita de los otros para desarrollar su alma. Desde este enfoque, la psicología puso más peso sobre el yo que el nosotros en el desarrollo de la personalidad.
No obstante, Carl Jung fue más allá de esa burda manera de comprender algo infinitamente más complejo y cósmico como lo es el ser humano, nutriendo a la psicología y a la psiquiatría con estudios de historia, teología, filosofía y estética. A partir de eso elaboró su teoría de los tipos psicológicos, o “personalidades”, en las cuales se percibe también el peso de dos de sus postulados más radicales: los arquetipos y el inconsciente colectivo.
Así, el individuo en Jung, y las diversas personalidades que lo caracterizan, son producto del ambiente: la exterioridad forma en gran medida nuestra alma. Pero no sólo lo que vivimos en el ahora, sino los símbolos (arquetipos) del pasado que siguen determinando nuestra personalidad, como lo puede ser nuestra casa de la infancia o algo más grandilocuente y universal, como lo mitológico o religioso.
Eso es el inconsciente colectivo, que para Jung era no sólo una herencia o un vestigio cualquiera, sino un pulso de vida que se hace presente en nuestra personalidad. Esto nos lleva a comprender por qué a su psicología se le acuñó el término de profunda, pues literalmente profundiza en lo que es el individuo y su alma como parte de un todo (un cosmos).
Intenta encontrarte a ti mismo en una de las personalidades propuestas por Jung
(Ilustración: Juana Gómez)
Primero, Jung definió 4 actividades funcionales, divididas en lo racional y lo irracional:
Pensar y sentir (racionales)
Percibir e intuir (irracionales)
A estas podían corresponder 2 tipos generales, o formas de desenvolverse en el mundo:
Extrovertidas, que se distinguen por la dirección de su interés, del movimiento de su libido (energía) siempre hacia afuera.
Introvertidas, muy “funcionales”, que dirigen su libido al interior y que se realizan en la abstracción (de ahí proviene abstraído).
A partir de ello Jung clasifica 8 personalidades, siempre ligadas a este esquema y que son, en parte innatas, y en parte determinadas por el exterior:
Reflexivo-extravertido: Se abstraen en un cierto egolatrismo que decanta en intolerancia hacia los demás.
Reflexivo-introvertido: Se abstrae aún más y ello los hace explotar emocionalmente. Son inadaptados pero pueden ser muy apreciados.
Sentimental-extravertido: Los estimula en exceso el ambiente, sobre todo sensorialmente. Son muy expresivos.
Sentimental-introvertido: Melancólicos y callados. Va por la vida sin darse a notar, y se le dificulta entablar relaciones personales o darse a entender.
Perceptivo-extravertido: También los estimula el ambiente, pero de manera más racional, por lo cual no siempre disfruta los estímulos a plenitud.
Perceptivo-introvertido: Es alguien menos melancólico, más racional, pero que no siempre comprende la forma en la que se mueve la realidad.
Intuitivo-extravertido: Optimista y pragmático. Aunque a veces tanto que es inconstante.
Intuitivo-introvertido: El optimismo y pragmatismo del intuitivo-extravertido pero dirigiendo toda su energía a lo subjetivo. Son soñadores por excelencia, enigmáticos para quienes les rodean.
*Referencias: Tipos Psicológicos Tomo 2