La felicidad puede ser experimentada de muchas maneras, y sin duda es la emoción por excelencia a la cual la mayoría aspira a llegar, como una suerte de meta. En este contexto, ¿podrá la felicidad ser medida?
Cual si se tratara del PIB de una nación, o de una cartografía emocional, el World Happiness Report se ha dedicado desde 2012 a acumular datos sobre los habitantes de todos los países del mundo para calcular sus niveles de felicidad. Estos estudios se han diversificado, abarcando actualmente ramas como la psicología, la geografía y la neurología, arrojando interesantes conclusiones.
El mapa de la felicidad
El método de World Happiness Report ha llevado a un resultado invariante: la felicidad se encuentra siempre en países donde existe mejor distribución de la riqueza, y donde el Estado promueve mejores condiciones de vida a los ciudadanos y a los habitantes del campo.
Sin embargo, otras agencias han imitado este ejercicio, arrojando resultados radicalmente distintos. Por ejemplo, la agencia Pew Research realizó una encuesta en 38 países, con la intención de saber cómo evaluarían las personas un día normal en su vida. El resultado fue que en Nigeria, Colombia, Ghana y Brasil es donde la mayoría contestó que su día había sido “particularmente bueno”, y no sólo “típico” o “malo”. En cambio, los lugares donde los días fueron percibidos como “típicos” o francamente “malos” fueron España, Polonia y Japón.
Los países con menos PIB por habitante resultaron ser los más felices, según esta sencilla encuesta de Pew Research. Pero en las gráficas donde World Happiness Report utiliza una métrica experiencial, ésta también arroja que en los países pobres la gente es tan alegre como en los más ricos:
En cuanto a bienestar, los habitantes de los países desarrollados parecen estar mejor en términos subjetivos, lo que resulta obvio por contar con mayores y mejores servicios brindados por el Estado. No obstante, los países en vías de desarrollo han demostrado que lo más importante para cultivar la felicidad no está en los valores materiales, llámese dinero, bienes inmuebles o mercancias, sino en cómo decidamos vivir cada día. O como decidamos bailarla, como se estila en los países latinoamericanos y africanos, donde la gente es más feliz según Pew Research; una actividad que, según muchos estudios, hace feliz a quien la practica.
El mito de la felicidad nórdica
No obstante, los datos siguen siendo paradójicos: por ejemplo, para el World Happiness Report de 2017, muchos de los países nórdicos están en los primeros lugares de felicidad mundial. ¿Qué hay de cierto en ello?
Algunos habitantes de estos países dicen lo contrario, y reafirman que los nórdicos suelen percibir mayor felicidad en países latinoamericanos. El clima puede ser uno de los factores clave, pues en estos países tienden que “hibernar” la mayor parte del año. Pero, lo cierto es que estos países padecen graves crisis subjetivas debido a la manera en la que asumen su individualidad. Como ya lo mostró el magnífico ensayo-documental The Swedish Theory of Love, dicha individualidad está exacerbada y provoca el aislamiento de los habitantes en estos países, quienes tienen poca o nula vida comunitaria (o incluso nula vida en pareja).
Pero, más allá de medidas y mapas, quizás lo que hace falta es ver en la felicidad una suerte de ethos. Una emoción que compartimos entre los habitantes de cada país, a quienes nos afectan colectivamente una infinidad de cuestiones en las que podemos contribuir todos: desde el fútbol hasta las elecciones para presidente.
La felicidad también es un estado de ánimo individual. Para el filósofo Immanuel Kant, era indeterminada e impredecible, lo cual la convierte en algo muy difícil de obtener a voluntad. Para Kant, el secreto reside en no buscar la felicidad, sino simplemente actuar con buena voluntad para alcanzar un cierto grado de bienestar, algo que vale la pena recordar cada vez que pensemos en cómo evaluar la felicidad, pero sobre todo en cómo construirla, sea en el país que sea.