“Brindo por los niños. Deberíamos celebrar que un niño muera como niño, que un niño haya escapado. Los encerramos en nuestras escuelas, les inculcamos nuestros estúpidos tabúes, los enredamos en nuestras guerras, y no lo pueden resistir. No tienen armaduras, así que los matamos. Masacramos a los inocentes, y el mundo es de los niños, el mundo real. Trepan a los árboles y se revuelcan en la hierba. Son parecidos a las hormigas y libres como pájaros. Son como los animales, no se avergüenzan. Saben lo que es importante: que ha nacido un ratón o que una hoja cae en el estanque. Si el mundo estuviera hecho de niños…”.
– The River; Jean Renoir
La infancia es la más evocadora de todas las épocas de la vida. Es la hora del mito, según el poeta Seamus Heaney: todo ocurre ahí, todo se sabe de antemano. El niño es un sabio, un aventurero intrépido, un alma libre; pero también tiene miedos, algunos nacidos de la fantasía, otros provocados quizá por el mundo que les hemos heredado.
Sin embargo, cuando un niño se enfrenta a la muerte resulta ser el más valiente y lúcido. Los niños enfermos y en etapa terminal nos demuestran que son más capaces de lo que creemos, y que para ellos el significado de la vida se resume a lo esencial y más profundo.
Es la lección que nos dejan los testimonios de los niños sudafricanos en etapa terminal, recopilados por su pediatra, Alastair McAlpine. A él le fue asignada la tarea de hacer una conmovedora pregunta a sus niños:
¿Qué has disfrutado más durante tu breve estancia en la tierra?
Las respuestas de los niños, que oscilan entre los 4 y 9 años, son capaces de removernos la conciencia en muchos sentidos. Cada una de las respuestas fueron compartidas vía twitter por McAlpine. Respondiendo a la pregunta, los pequeños estuvieron de acuerdo en que ninguno habría deseado pasar más tiempo viendo la televisión o navegando en el Facebook. Y en un ejercicio profundo de reflexión, todos (sin excepción) aseguraron que no les habían gustado las peleas con otros ni su estancia en el hospital, que fácilmente podemos imaginar como una etapa de sus vidas en la que no pueden ser espíritus libres.
Por otro lado, la mayoría mencionó a sus mascotas:
“Amo a Rufus. Su ladrido divertido me hace reír.”
“Amo cuando Ginny se me acurruca en la noche y ronronea.”
“Era feliz cuando me subía a Jake y andábamos por la playa.”
Muchos otros hablaron de sus padres, demostrando preocupación sobre ellos, pero también que de las mejores cosas de su estancia en la tierra era pasar tiempo con ellos:
“Espero que mamá esté bien. Se ve triste.”
“Papá no debe preocuparse. Me verá pronto.”
“Mamá y papá son los mejores.”
Algo que salió a relucir en las respuestas de los niños fue algo inobjetable: todos aman el helado, y el lugar favorito por excelencia es la playa. Sus juguetes tienen un lugar especial en su corazón, al igual que las personas que los hacen reír. Y sorprendentemente, la mayoría expresó gran amor por la lectura:
“Harry Potter me hace sentir valiente”
“¡Amo las historias en el espacio!”
“Cuando me alivie quiero ser un gran detective, como Sherlock Holmes.”
McAlpine recomienda a raíz de ello que los padres le lean más a sus hijos. No es un hábito pasado de moda, sino la manera ideal de fortalecer los vínculos con los pequeños mientras cultivamos su espíritu y su imaginación. Los niños demostraron también arrepentimiento por haber pasado mucho tiempo preocupándose de lo que los demás pensaran de ellos:
“A mis amigos de verdad no les importó que se me cayera el cabello.”
“Jane me vino a visitar tras la cirugía, ¡y ni siquiera notó la cicatriz!
Los pequeños demostraron además, entender y valorar por sobre todo la bondad del ser humano:
“Mi abuela es tan buena conmigo. Siempre me hace sonreír.”
“Johnny me dió la mitad de su sandwich cuando no me comí el mio. Eso fue lindo.”
“Me gusta cuando la enfermera buena está aquí. Ella es amable. Y así duele menos.”
Estos niños demuestran un nivel de madurez tan increíble, que nos hacen reformular todo lo que pensamos de la infancia, y nos invitan a rertormarlo. Son seres llenos de inocencia y por ende lucidez, pero también son conscientes de los detalles más simples de la vida, casi como observadores de símbolos. Son, sin duda, espíritus de los cuales aprender procesos tan complejos como lo ha sido para la ciencia, la filosofía y la teología, la misma muerte.
El mensaje final de McAlpine, dirigido a todas las personas que por instantes nos olvidamos de lo esencial de esta vida, es la síntesis de estas valiosas respuestas que resumen el todo a una preocupación más sabia: procurar la empatía y la felicidad:
Se amable. Lee más libros. Pasa más tiempo con tu familia. Haz bromas. Ve a la playa. Abraza a tu perro. Cuéntale a esa persona especial cuánto la amas. Son cosas que estos niños habrían deseado hacer más. El resto son detalles. Oh… y come helado.
*Referencias: Infancia y mito, por Seamus Heaney
*Imágenes: 1) Aleksander Smid; 2) CC; 3) Dani Sánchis; 4) Mark Garten