Los pies, considerados como la base de una persona, son el contacto directo que tenemos con la Madre Tierra. Este apego a lo natural fue disminuyendo conforme los estándares sociales impusieron una demanda de la conglomeración urbana. Así, el éxito, la fama y el dinero se volvieron el centro de atención, convirtiendo a la indumentaria más costosa en la clave para llegar al cielo (y “perder los pies del suelo”). Un ejemplo evidente son los zapatos con tacones inmensos.
Ahora, con esta interrumpida cercanía a la naturaleza, las personas resienten este cambio a través de dolores o enfermedades emocionales que, en cierta medida, afectan también a su salud física. Para revertir este cambio, una solución viable es caminar o ejercitarse sin zapatos. De este modo se permite desarrollar más fuerza muscular en pies, piernas y caderas al favorecer la circulación sanguínea y la musculatura de la zona.
Además,caminar descalzo permite reajustar la posición más adecuada para el restablecimiento del equilibrio y la agilidad. En especial si se trata de una superficie natural (pasto), ya que se fomenta bienestar, relajación, entusiasmo, fuerza y equilibrio.
Conforme se acostumbre el pie a estar en contacto directo con el suelo a través del ejercicio, la planta del pie se hará resistente. Así, se podrán realizar más actividades sin la contención de zapatos, estimulando las terminaciones nerviosas encargadas de generar endorfinas (los neurotransmisores del placer y recompensa).
Fotografía principal: Suzi Duke
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