El biólogo británico Rupert Sheldrake (1942) ha rebasado las fronteras convencionales de la ciencia para investigar fenómenos que van más allá de lo ordinario, pero siempre con gran rigor. Después de estudiar en Cambridge viajó a la India, donde la tradición espiritual influenció de manera contundente su forma de pensar. A principios de los años 80 del siglo XX, Sheldrake desarrolló una de las más novedosas y posiblemente revolucionarias teorías científicas de los últimos 50 años: la teoría de la resonancia mórfica.
Sheldrake describe la capacidad de autoorganización de los sistemas biológicos y esboza un mecanismo, la resonancia mórfica, a través del cual es posible que los miembros de una especie compartan información a distancia (esto, en la teoría de campos, es una causación formativa).
La aportación fundamental de Sheldrake es llevar la noción de campo (en este caso, compuesto de información), un concepto de la física, a la biología. Este campo es una especie de memoria colectiva bidireccional entre un individuo y su especie: cada conducta alimenta a este campo que a su vez alimenta los patrones conductuales de un individuo, tejiendo una memoria dinámica en la naturaleza. De esta forma, todos los hombres o todas las medusas, por mencionar sólo dos especies, están siendo afectados por los actos de todos los hombres y todas las medusas que nunca han existido.
La resonancia mórfica es un principio de memoria en la naturaleza. Todo lo similar dentro de un sistema autoorganizado será influido por todo lo que ha sucedido en el pasado, y todo lo que suceda en el futuro en un sistema similar será influido por lo que sucede en el presente. Es una memoria en la naturaleza basada en la similitud, y se aplica a átomos, moléculas, cristales, organismos vivos, animales, plantas, cerebros, sociedades y, también, planetas y galaxias. Así que es un principio de memoria y hábito en la naturaleza.
La teoría de Sheldrake implica que, en la naturaleza, todos los siglos son un solo presente (el tiempo, en su instancia actual, es un cúmulo resonante de todos los instantes pasados que confluyen para in-formarlo). De esta manera, no sólo no nos podemos separar de la historia, sino que tampoco podemos separarnos de nuestra especie y, en última instancia, no nos podemos separar de todos los seres que han existido en el planeta, ya que cada uno es parte de nosotros: su información sigue ocurriendo y programa, en menor o mayor medida, nuestros hábitos. De aquí surge una responsabilidad insoslayable (no sólo en lo que hacemos sino en lo que pensamos, ya que todo, según Sheldrake, contribuye al campo morfogenético colectivo).
Un aspecto importante de la resonancia mórfica es que estamos interconectados con otros miembros de un grupo social. Los grupos sociales también tienen campos mórficos (por ejemplo, una parvada de aves, un cardumen de peces o una colonia de hormigas). Los individuos dentro de un grupo social más grande y los mismos grupos sociales más grandes tienen su propio campo mórfico, sus patrones de organización. Lo mismo aplica para los humanos.
Lo que haces, lo que dices y lo que piensas puede influir en otra persona por resonancia mórfica. Según esta perspectiva, somos más responsables de nuestras acciones, palabras y pensamientos de lo que que habitualmente pensamos. No hay un filtro moral en la resonancia mórfica, lo que significa que debemos ser más cuidadosos con lo que estamos pensando, si es que nos importa el efecto que tenemos en los demás.
Sheldrake, además, es uno de los pocos científicos que se han atrevido a estudiar fenómenos considerados como paranormales, generalmente deslegitimados por la academia, como ocurre con la telepatía. Sus estudios de telepatía animal, telepatía telefónica y “la sensación de ser observado”, sugieren que estos fenómenos ocurren comúnmente y deben ser reevaluados dentro del canon científico.