La forma en la que funciona el mundo está cambiando. La sociedad tiene necesidades, y cada vez es más evidente que necesitamos desechar la anticuada estructura vertical, donde tenemos que escalar para empoderarnos. La sociedad que estamos repensando hoy en día es horizontal: una red de individuos que estamos construyendo algo más parecido a una colectividad.
De hecho, muchos están imaginando estructuras sociales y económicas completamente distintas de las que la modernidad había planteado. En este sentido, la noción de “blockchain” es uno de los pilares de esta nueva forma de conceptualizar el mundo.
¿Qué es una “blockchain”?
El concepto es reciente, pero está revolucionando rápidamente a Occidente: una “blockchain” es un sistema de información compartido que sirve para intercambiar datos. Estos datos pueden representar valores, por ejemplo, económicos. En realidad las “blockchains” son grandes base de datos, que registran diferentes tipos de movimientos virtuales (como transacciones comerciales o intercambios de datos personales).
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Estos son distintos tipos de redes. En el caso de las blockchains, lo que se plantea es construir una estructura distribuida, representada por la figura C de esta imagen.
Todos los usuarios del sistema conforman una red y pueden acceder a él y alimentar la base de datos; la condición es que nadie puede modificar o borrar la información que esta contiene. Para protegerla esta información se encripta y la red de información no es administrada por ningún sujeto en especial. En su lugar, hay copias de la base de datos en las computadoras de todos los usuarios. Así, las blockchains —como el nombre lo indica— forman una cadena con bloques de información cerrados, pero actualizados constantemente. El registro de cada movimiento virtual no puede ser modificado, pero la información no está centralizada.
¿Por qué este sistema podría cambiar el futuro de la mente colectiva?
Toda interacción social crea una red. Imaginemos que una persona conoce a otra e intercambian datos como su nombre y algunos gustos personales. Esta información tiende un puente entre ambas personas. Si una de ellas le platica a una tercera persona sobre este sujeto que conoció, la información tiende un puente entre las tres personas involucradas. Cuando estas redes de intercambio son digitales, tenemos un registro muy preciso de su desarrollo. Un ejemplo de esto son, evidentemente, las redes sociodigitales, como Twitter o Facebook.
Así, trazando las interacciones entre personas, entendemos cómo forman cadenas que se distribuyen diferentes cosas. Algunas veces sólo son datos, otras objetos o dinero, a veces, incluso, son ideas. Una persona que está comunicada con más personas, puede distribuir más cosas. Un ejemplo cotidiano de esto son las personas famosas. Como tienen mucha “influencia comunicativa” tienen más capacidad de hacer llegar sus ideas y otros recursos (como su trabajo) a más personas.
En las sociedades occidentales se tiende a ese “empoderamiento en la red”. En otras palabras, buscamos que nuestra “influencia comunicativa” sea mucho más amplia. Procuramos agrandar el número de personas a las que les podemos comunicar o hacer llegar cosas.
Claro que, toda entidad que tenga mucha fuerza de influencia comunicativa, la tiene por una razón específica. Es posible que las personas que la rodean se la hayan otorgado. O que su nombre haya sido distribuido por otra entidad relevante (como si una televisora importante presentara a un actor, volviéndolo “famoso”). Algunas de las entidades que tienen más fuerza de influencia comunicativa, la tienen porque les hemos pedido que se encarguen de cohesionar la red: los gobiernos y bancos, por ejemplo.
Los bancos en realidad no son los pilares de nuestra economía. Todos los que formamos parte de un sistema social somos igual de importantes, porque sin cada uno, la red no podría ser lo que es. La diferencia entre un banco y una persona es que un banco tiene más conexiones para distribuir sus recursos, entonces digamos que tiene más posibilidades de administrar la red. A estas instancias les llamos intermediarios.
Lo que las blockchains se plantean es eliminar a los intermediarios. De esta forma, la red se auto-administra y su estructura solo responde al flujo que sigue la distribución de información y no a las intenciones personales de un intermediario. Esto, en teoría, lo primero que erradicaría en una transacción económica o de datos personales es la corrupción.
Se piensa que al eliminar a los intermediarios, por medio de las blockchains, estamos transitando a una sociedad verdaderamente horizontal o colectiva. Lo que está detrás de las blockchains es la búsqueda por empoderar a cada individuo y democratizar la participación en la estructura social.
Pero ¿es en realidad la horizontalidad lo que necesitamos?
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Un sistema auto-regulado que no admite “el error humano” amenaza la diversidad y podría resultar contraproducente.
Ahora, vale preguntarnos —porque es valioso cuestionarlo todo— si deberíamos dejar que la completa horizontalidad sea lo que nos estructure. Ser horizontales es ser idénticos en términos de posicionamiento y esto erradica o “aplana” las diferencias. Y aunque esto podría parecer positivo en la superficie, es la variabilidad —o diversidad— lo que nos permite adaptarnos a distintos entornos, sobrevivir. Si estamos todos en la misma posición, podríamos volvernos vulnerables ante los grandes cambios de nuestro entorno, tanto político, como ecológico.
Mientras que las blockchains prometen equilibrio y participación social igualitaria, no deberíamos dejarnos llevar —sin hacer preguntas— por la pura promesa de la democracia. Pues es esta democracia occidental la que pone en primer lugar —o por lo menos como telón de fondo de toda significación humana— a un sistema económico de intercambios. Y eso no hay que dejar de cuestionarlo.