Leer a Virginia Woolf es una experiencia enriquecedora si queremos ejercitar los sentidos. Su obra, de extraña elocuencia (casi cinematográfica) y de narrativa experimental, provoca en todo lector una suerte de éxtasis literario ideal para indagar en la propia psique.
No sorprende escuchar que escritores y escritoras como Woolf se sumergieron en la experiencia psicodélica, a través de su pluma, y mucho antes que la psicología lo hiciera. Porque todo aquel que alguna vez se ha arriesgado a navegar los parajes de la escritura sabrá que, en efecto, escribir es montarse en el viaje psicodélico, concretamente, en aquello que manifiesta la mente.
Con Virginia Woolf pasa lo siguiente: cedemos nuestro pensamiento momentáneamente para indagar en la psique de otro, hasta que, en algún momento, salimos del trance y volvemos, renovados, a nosotros mismos. Así son las experiencias en las que abrimos la mente y los sentidos, revolucionando la psique con las sustancias que nuestro propio cerebro genera mediante la estimulación –por ejemplo, de la lectura–.
Estas experiencias psicodélicas nos sumergen en una temporalidad distorsionada, donde el tiempo se diluye en los pensamientos. Algo similar sucede en una de las novelas de Woolf, titulada Orlando: A Biography. En esta biografía ficticia se narra la vida de Orlando, la cual transcurre a lo largo de 3 décadas –lo que ya de por sí es una suerte de viaje introspectivo en el tiempo–.
Pero además de esta alteridad casi alucinatoria, hay un pasaje en el capítulo final de la novela en el cual Woolf desarrolla un viaje al interior de la psique de Orlando, situando a su personaje en un escenario de introspección que le permite narrar lo que es sumergirse en la mente, utilizando como recurso literario la preciosa metáfora de un estanque simulando la mente.
Aquí el pequeño fragmento en la traducción que hizo Jorge Luis Borges del texto:
Miró ese estanque o ese mar que refleja todo y lo cierto es que algunos dicen que nuestras pasiones más fuertes, y el arte, y la religión, son reflejos que vemos en el hueco negro del fondo de la cabeza, cuando efímeramente se oscurece el mundo visible. Ahora lo miró, larga y profundamente, y el camino de helechos que trepaba la colina ya no fue del todo un camino, sino en parte el Serpentines; los espinos del cerco fueron en parte damas y señores con tarjetas y bastones de puño de oro; las ovejas fueron en parte casas altas de Mayfair; cada cosa se cambió parcialmente en otra, como si la conciencia de Orlando fuera una selva con avenidas ramificándose por aquí y por allá; las cosas se alejaban y se acercaban, se confundían y se apartaban, y hacían las más raras alianzas y combinaciones en un incesante ajedrez de luz y de sombra. Salvo cuando el sabueso Canute corrió una liebre y le recordó que serían las cuatro y media –realmente eran las seis menos veintitrés– no se acordó del tiempo.
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Dame Laura Knight,
The Dark Pool
(1908–1918). Obra inspirada en el trabajo de Virginia Woolf
A Woolf le interesaba, como a cualquier escritor, comprender la psique y sus procesos. Gustaba de indagar en ella más allá de tiempos y estereotipos, o incluso de géneros, encontrando la intrínseca complejidad del ser humano que se expresa en cada mente y en cada trance. En Orlando esto es, quizá, más evidente que en ninguno de sus trabajos.
Pensando en su contexto, la literatura ofrecía –como aún hoy lo hace– ese espacio de experimentación psicodélica donde podemos captar, sea como lectores o escritores, lo que manifiesta la psique. La mente es el espacio de partida y de llegada, y los libros su mediación estimulante. Porque:
Los libros son los espejos del alma.
Pero lo que importa ante todo es tener una mente abierta y libre, como lo expresó en su ensayo A Room of One’s Own:
Bloquee sus bibliotecas si lo desea; pero no hay puerta, ni cerradura, ni cerrojo que pueda poner sobre la libertad de mi mente.
A todo esto se suma otro elemento imprescindible: la soledad, que hace posible el contacto con uno mismo, imposible sin la quietud que brinda el estar solo. Tal es el sitio donde la mente puede, a la vez, estimularse y expresarse. Por eso, Orlando opta por la soledad en el primer quebranto que experimenta debido a un amor fallido: “Había elegido la soledad”, escribe Woolf en la ficticia biografía.
Quizá como pocos escritores, Virginia Woolf comprendió la importancia de las experiencias psicodélicas en su sentido amplio –y todos los elementos necesarios para estimularlas–. Pero más importante aún: las utilizó no sólo como un recurso literario, sino como un recurso de vida.