Cuando la neurocientífica cognitiva Gina Rippon recibía en brazos a su hija recién nacida, la enfermera dijo: “es la más ruidosa del grupo, no es muy elegante”. Al mismo tiempo, otra madre de la sala recibía a su hijo, el cual fue elogiado con un: “tiene buenos pulmones”. Desde ese instante la científica cayó en cuenta de la importancia del género y de cómo el organismo humano es diferenciado con el fin de encasillarlo en un rol social, un ejemplo: el cerebro en mujeres y hombres.
A partir de esta experiencia, Rippon debate la idea sexista de que las mujeres y los hombres tienen cerebros distintos. Esto partiendo de que el mundo y el entorno cultural ha pensado en el cerebro humano como algo intrínsecamente unido al género.

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En el libro de Rippon, The Gendered Brain, se explica la frustración que desencadena el tener que defender el organismo de aquellos mitos que surgen constantemente para justificar diferencias por género (aunque estas no existan).
Uno de los argumentos más antiguos que defiende una diferencia en el cerebro por género apunta a que las mujeres tienen cerebros más pequeños, lo cual deriva en una inferioridad intelectual. Sin embargo, lo que hay que tomar en cuenta para refutar este mito sexista es que el tamaño del cerebro varía tanto para las mujeres como para los hombres.
Y si el tamaño es lo que importa, en ese caso las ballenas tendrían que ser seres mucho más brillantes que los hombres. O, por ejemplo, Einstein tenía un cerebro más pequeño al promedio y esto no provocó ningún cambio en su razonamiento.
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El mismo cerebro en mujeres y hombres vs la cultura sexista
A pesar de décadas de investigación y las nulas diferencias significativas encontradas en la estructura cerebral de la mujer y el hombre, la sociedad sigue creyendo que son distintos. Lo mismo pasa con las hormonas, la cultura se sostiene de ellas para denigrar las habilidades de las mujeres.
Peor aún, las utilizan como razón para evitar que las mujeres reciban puestos de poder. Si bien el ciclo menstrual causa cambios en el cerebro femenino, la realidad es que se ha demostrado que los efectos que produce son positivos. Durante esa etapa el cerebro mejora la memoria verbal y espacial, así como la sensorial y de reacción.
Pero estas pruebas no han servido de mucho debido a que el enfoque siempre se guía hacia una percepción cultural negativa. En este sentido, la ciencia podrá cansarse de demostrar que no hay diferencias, pero el verdadero error está en la cultura.
“Un mundo de género produce un cerebro de género”- Rippon
Desde pequeños estamos sumergidos en una cultura sexista. En esta cultura importa el género, los estereotipos y los comportamientos típicos o “correctos”. No se trata de decir que nuestros órganos son distintos, porque realmente no lo son.
Más bien, la sociedad bombardea a los recién nacidos, niños y niñas con una lista de lo que es ser hombre o mujer y a lo largo del tiempo moldea nuestra características. Lo que debemos hacer es aceptar que cada persona tiene un cerebro único, y que nuestras habilidades no se definen a través de las etiquetas de género.
“La comprensión del cerebro es diferente en cada persona y su función no depende del género” – Rippon