Contraponer fotografía y memoria arroja una suerte de paradoja. La primera es un recurso objetivo y externo a nosotros, que ocupa una tecnología que bien podría sustituir a la segunda: una facultad subjetiva e intrínseca de los seres humanos que resulta obsoleta ante las maravillas del registro fotográfico.
Pero, ¿sustituye realmente la fotografía a nuestra memoria? ¿La está afectando de alguna manera? ¿O deben convivir para formar el registro tanto del momento cotidiano como del universal? Nos inclinaríamos a pensar que fotografía y memoria pueden cohabitar el mundo de las reminiscencias, ayudándonos activamente en la lucha contra una presencia etérea a la que todos tememos: el olvido.
Porque ni el cerebro es una cámara, ni la cámara es un cerebro. Lo que conocemos como “memoria fotográfica” no es sino un eufemismo para referirse a una habilidad que, según Scientific American, poco tiene que ver con que podamos producir imágenes perfectamente recreadas en nuestro cerebro a partir de ver una fotografía; más bien, hacemos una muy buena imitación. Pero eso no implica que nuestro cerebro funcione como una cámara.
Fotografía, o la objetividad
La fotografía es el complemento objetivo y material de la memoria. Si bien es cierto que la era digital ha perjudicado esta relación debido a la adicción a la tecnología y a la compulsión por tomar fotografías que algunos padecen, lo cierto es que la evocación del pasado a través de la fotografía satisface más que el hambre de nostalgia. Es realmente nuestra posibilidad de incursionar el pasado, de sacar lecciones de éste, de sabernos el devenir de lo acontecido. Además es una forma de jugar con el presente, de transformarlo según el ángulo desde el que tomemos una fotografía, la cual puede estar llena de metáforas e ilusiones. Pero siempre, la fotografía enlaza con la memoria y la estimula.
Como dice el sociólogo Douglas Harper: las fotografías detonan la memoria y las emociones, pues se procesan en partes más evolucionadas del cerebro. Por eso, la fotografía como reducto para el recuerdo es elemental, sobre todo en un plano cotidiano, ya que permite registrar lo ínfimo e íntimo de la vida: los momentos espontáneos que quizá no pasarán a formar parte de la Historia Universal, pero sí plasman los recuerdos personales de una portentosa manera, conectándonos con los lugares de los que venimos y dando coherencia a nuestra vida.
La fotografía es clave también para la memoria colectiva. Un caso excepcional está en Mito Kosei, un ex profesor de historia japonés que pertenecía a una agrupación de sobrevivientes de la bomba atómica y cuya misión era recordarle a los turistas en Hiroshima lo ocurrido en aquella ciudad en 1945, mostrando fotografías enlazadas con su propia versión de los hechos. Por supuesto, las fotografías eran pavorosas. Pero Kosei sabía que:
la gente olvida fácilmente las palabras, pero no las imágenes.
Y hay fotografías que se deben mostrar, por ignominiosas que sean, pues son el hechizo que los activistas de todo el mundo usan contra el olvido.
Memoria, o la subjetividad
Por su parte, la memoria es evolutivamente fundamental. Somos el único animal que la ha expandido para conocer el mundo y transformarlo más allá del acto instintivo. En ese sentido, la memoria es un arte (como se consideraba en la antigüedad), y al igual que la fotografía, puede ser estudiada, desarrollada y potenciada.
Muchos, como el psicólogo Hermann Ebbinghaus, han indagado en cómo funciona la memoria, y desde la época de la Grecia de Cicerón se han creado métodos para construir “palacios mentales” que sirvan como una estructura donde acumular memorias a partir de un sistema de lugares e imágenes. Este sistema de “memoria espacial”, que también utilizó el astrónomo ocultista Giordano Bruno, es más confiable que el de los nombres y las palabras, pues tendemos a recordar por más tiempo lugares e imágenes, quizá porque es algo que hacíamos de manera primigenia, como un principio de supervivencia antes de inventar el lenguaje escrito.
Es indudable que fotografía y memoria son parte fundamental de la experiencia humana. La idea de eternizar los momentos, lugares y personas más significativos de nuestras vidas inventó la fotografía hace 2 siglos; replanteó la manera en la que recordamos y, de la mano del cine, la manera en la que imaginamos. Pero, a pesar de ser un arte excesivamente explorado, seguimos asombrados con la imagen visual como si se tratara de un descubrimiento temprano, y ésta, sin darnos tiempo de pensarlo, ha obnubilado muchas características fundamentales de la memoria humana, por ejemplo, el hecho de que la memoria no percibe imágenes certeramente nítidas como lo hace la fotografía (que, en cambio, bien podría ofrecer imágenes fantasiosas), o que la selección de la información recordada la controla el cerebro de forma orgánica y su inconsciente, y no, como en la fotografía, el filtro de la razón.
Como sea, este mundo necesita que replanteemos la manera en la que estamos recordando, cómo lo hacemos, y sobre todo… para qué lo hacemos.
* Imágenes: Amy Friend