El amor es fácil de evocar, pero es difícil de explicar. No se trata de cualquier cosa, sino de aquello a lo que Goethe se refirió como lo único necesario en el mundo de los seres humanos. Pero aquello tan necesario es siempre un misterio: he ahí, quizá, por qué nos embelesa tanto el amor, y por qué no renunciamos a él.
Sin embargo, siempre queremos encontrarle explicaciones –filosóficas, científicas o hasta metafísicas– a esa pasión que se nos presenta de maneras tan imprevisibles en distintas etapas de la vida.
Muchos creen, por ejemplo, en una especie de contínuum en los procesos individuales del amor, desde el primero hasta el último. En esta concepción, cada uno de estos procesos tiene sus características predeterminadas: los primeros amores son los que siempre están ahí, mientras que, entre los amores de madurez, siempre hay uno que se devela como el “amor verdadero” de nuestro destino.
Existe incluso una famosa metáfora japonesa que indica que estamos ligados desde que nacemos a nuestro amor verdadero, por medio de un hilo rojo amarrado en nuestros respectivos meñiques. Pero sea cual sea la aproximación, siempre estamos destinados a estar con otro, a tal grado que los reencuentros entre amantes son recurrentes más allá de la ficción. Y muy probablemente, a todos nos ha pasado.
No obstante, valdría la pena no entrometer sólo al destino, y pensar que también estamos determinados por otras cosas a estar cerca de una persona. Por ejemplo, por nuestro cerebro, que tiene un papel fundamental en la manera como afrontamos la existencia. En los mecanismos de nuestra psique, el amor y el odio son instintos de supervivencia que, sorprendentemente, ocurren en y activan las mismas regiones del cerebro.
Eso explica los momentos en los que creemos “odiar” al otro, siendo que en realidad lo amamos.
Y quizá explique también por qué, aunque decimos detestarlo, lo buscamos hasta encontrarlo.
Así que nuestras neuronas sin duda condicionan la manera en la que amamos; no nos atreveríamos a decir que lo hacen más que el destino, pero definitivamente juegan un rol esencial. Entonces, destino y psique podrían tener alguna complicidad en este devenir del amor y sus sincretismos. Pero en un sentido más terrenal, la explicación de por qué las personas destinadas una a la otra se reencuentran necesita de un último elemento: la voluntad.
A nivel psicológico, el “hilo rojo” de la metáfora japonesa se podría entender, más bien, como una cuestión de resistencia: cuando una relación ha podido afrontar momentos difíciles y rupturas y la pareja es capaz de darse segundas y hasta terceras oportunidades, existe sin duda un vínculo de comprensión que fortalece el sentimiento de amor –y que, de hecho, debería ser inherente a todo buen cariño–.
Al respecto, Shirley P. Glass, psicóloga y autora experta en relaciones de pareja, compartió para El Confidencial:
La gente que es capaz de reconectar y volver a enamorarse de la misma persona siente que su amor es único, más especial que el del resto.
Por supuesto que esto no debe confundirse con el aferramiento emocional, la codependencia, o las expectativas ilusorias que suelen aparecer cuando ya no amamos a las personas sino a la zona de confort que nos representan. Basta ser francos con nosotros mismos, y cuestionarnos (aunque la verdad no nos guste), para detectar si en verdad se trata de un amor “destinado” que pareciera ser inevitable a nuestros ojos.
El hilo rojo del amor, ese reencuentro con la persona a la que estamos “destinados”, bien podría traducirse como una lucha consciente por querer estar con la persona que nos electrifica y con la cual nos mimetizamos. Es una voluntad la que nos mueve, y no sólo el destino, nuestros impulsos cerebrales o cualquier otra fuerza más allá del querer. Es esa fuerza que requiere también de tener valor y confianza en nosotros mismos; de cultivar el amor propio y reconocer si es necesario soltar o no hacerlo.
Reflexionar sobre esto es útil para afrontar los problemas que toda pareja tiene y no renunciar a quien podría ser nuestro verdadero amor. Porque, ¿y si el hilo rojo se cortó? Dependerá de ambas personas si quieren rescatarlo.
* Imágenes: Laura Makabrescu