Después de la muerte, el cuerpo del ser humano permanece en la tierra. Como una forma de devolver nuestra existencia al lugar que permitió la evolución de la vida, los cadáveres se escabullen entre las plantas para llenarlas de aquellos elementos que vivían en nosotros.
Una enorme liberación de nitrógeno ocurre en el suelo tras haber enterrado un cuerpo. ¿Cómo lo sabemos? Las plantas han sido una enorme pista que revela la existencia de cadáveres debajo de ellas. Aunque el proceso de la muerte represente un doloroso capítulo para el ser humano, la realidad es que para la naturaleza es una especie de transformación del ciclo de la vida.
Al morir, los cadáveres liberan elementos que daban vida al cuerpo, los cuales no desaparecen. Estos elementos se transforman en vida nueva. Las plantas se mimetizan con el cuerpo para aprovechar todas esas bondades elementales y, como resultado, se observan manifestaciones extraordinarias de las plantas.
Dependiendo de qué tan rápido los seres alrededor de un cuerpo respondan al flujo de nitrógeno, éste puede provocar tanto cambios en el color como reflejos de luz en las hojas. De acuerdo con botánicos forenses de la Universidad de Tennessee, este aprovechamiento de las plantas de los elementos de otro cuerpo puede ayudar a localizar cadáveres escondidos.
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Isla de descomposición de cadáveres y plantas
Hablar de la muerte puede ser algo incómodo para algunos. Sin embargo, saber que la descomposición humana tiene un impacto maravilloso en las plantas nos brinda otra visión sobre la vida después de la muerte. En cualquier terreno donde se encuentre un cuerpo habrá una zona determinada como “isla de descomposición de cadáveres”. Este término se refiere al perímetro en el que el cuerpo ha tenido un impacto.
Si bien la contribución del cuerpo humano a las plantas no se ha investigado al 100%, es un hecho que algo sucede. Las plantas se volvieron un indicador de la existencia de vida debajo de ellas, tal vez no la forma de vida que solemos percibir, pero ciertamente hay una transformación.
Una vez más, la naturaleza reconoce la pertenencia del ser humano al planeta. Somos parte del suelo, de sus elementos de vida. Aunque en cierto sentido la existencia física termine, la esencia del ser se une a la naturaleza para volver a renacer.