Cuando la primavera toca las tierras japonesas, todo en el paisaje cambia de la blanca prístina nieve a los suelos coloridos que se cubren con pétalos de cerezos. El florecimiento de las sakuras es uno de los símbolos más emblemáticos de Japón, pero detrás de estas hermosas flores se esconde una leyenda milenaria que nos deja un gran aprendizaje sobre el amor verdadero.
Las sakuras o flor de cerezo, es un árbol endémico de Japón que florece anunciando la llegada de la primavera. Pero más allá de ser una especie arborea que habita en aquella región del planeta, las sakuras se alzan como un símbolo profundo para toda la cultura nipona. Simbolizan la transitoriedad de al vida, pues durante todo el año los árboles reúnen sus mayores nutrientes para brotar en primavera sus pétalos de colores blancos y rosas. Sin embargo, el espectáculo dura tan sólo unos días, ya que las flores luego caen al suelo, la representación misma de que la vida es efímera pese a su gran belleza.
Pero además, las sakuras tienen otros significados profundos para los japoneses que provienen de la leyenda milenaria que no enseña sobre la paz y amor verdadero. Esta leyenda surgió en el antiguo Japón, cuando los señores feudales lideraban grandes batallas por el dominio de las tierras. En aquel entonces el país estaba sumido en la guerra y la tristeza reinaba.
La leyenda de las sakuras de Japón
La leyenda dice que pese a la atmósfera sombría que cubría a Japón, en medio de la naturaleza se elevaba un hermoso bosque al que la guerra no había tocado. Lleno de árboles frondosos aquel lugar había sobrevivido a la tristeza, pero en medio de él existía una excepción. Un árbol que aunque poseía una gran fortaleza en sus ramas, estas nunca florecían, por esta razón los animales del bosque le temían y no se le acercaban, incluso la hierba no creía a su alrededor.
Según la leyenda, un hada del bosque se conmovió profundamente al ver lo sombrío del ser arbóreo. Decidió acercarse a él y con nobles palabras le hizo saber que deseaba verlo florecer como los demás árboles, por esto le propuso lanzar un hechizo para que pudiera encontrar la calidez de la vida, sólo así podría florecer de entre las sombras. El hechizo duraría 20 años en los que el árbol podía elegir a placer entre ser humano o permanecer como árbol, pero su misión era encontrar las emociones que le ayudaran a florecer. Al término de este tiempo si lograba recuperar su vitalidad, florecería, no obstante, si no lo lograba, moriría instantáneamente.
El árbol aceptó y probó vivir como hombre durante un largo tiempo, sin embargo, sólo encontró una profunda tristeza al ver el odio y la guerra. Siguió vagando como hombre sin encontrar en la vida humana algo que pudiera conmoverlo para encontrar vitalidad. Pero un día mientras caminar hacia un arroyo cristalino para descansar, observó a la lejos a una hermosa joven que acarreaba agua. Impresionado por su belleza, el árbol convertido en hombre decidió acercarse a ella y preguntar su nombre, entonces supo que se llamaba Sakura.
La joven fue muy amable con él y para corresponderla, él decidió ayudarla a cargar el agua hasta su hogar. Durante el camino, conversaron con tristeza sobre la guerra y la sombría atmósfera que permeaba en el antiguo Japón. Cuando la joven preguntó el nombre del árbol, a este no se le ocurrió decir otra cosa más que ‘Yohiro’ que significa ‘esperanza’.
Durante los días siguientes, Sakura y Yohiro se reunieron para conversar, cantar y leer poemas sobre la esperanza y libros con historias maravillosas. Poco a poco el amor surgió y un buen día Yohiro le confesó quién era en realidad; un árbol atormentado que pronto llegaría a su muerte pues no había logrado florecer todavía. Sakura muy impresionada guardó silencio, el plazo de los 20 años estaba por cumplirse.
Entonces Yohiro volvió a tomar forma de árbol, no había logrado su cometido y al contrario, se sentía más triste cada vez. Pero una tarde Sakura llegó hasta él y con gran ímpetu lo abrazó para confesarle que ella lo amaba también. En ese instante el hada del bosque apareció de nuevo y dijo a Sakura que eligiera entre seguir siendo humana o fundirse con Yohiro en forma arbórea.
Sakura meditó un momento y recordó los campos desolados de la guerra, sin chistar eligió fundirse a su gran amor para siempre. Entonces Yohiro finalmente encontró la calidez de la vida y juntos unidos en un mismo ser lograron florecer. Desde entonces el amor perfuma los campos de Japón en forma de sakuras, un símbolo que recuerda que la guerra sólo trae tristezas y en cambio el amor, llena de colores y calidez al corazón.