Los pensamientos más abstractos a menudo están relacionados con los adultos mayormente preparados en sus campos para crear argumentos que refuten cualquier premisa. Sin embargo, pensar que los adultos son los únicos capaces de generar estos pensamientos sería un error que nos limita la apertura hacia otras filosofías. Después de todo la filosofía es todo aquello que nos haga preguntarnos el porqué de la existencia, cualquiera que esta sea, y para ello no se requieren títulos, sino una gran imaginación. Los niños son por tanto, los mejores filósofos y nos regalan los pensamientos más asombrosos de su percepción de la existencia en el mundo.
*Crédito: Michael Morgenstern
Por años y gracias a la psicopedagogía de Jean Piaget se creyó que los niños no eran capaces de emitir pensamientos que estuvieran fuera de su estadio de desarrollo cognitivo. Así, la abstracción de cómo interiorizamos la vida estaría limitada sólo para aquellos que hubiesen llegado a la etapa adecuada para que su mente tuviera la capacidad cognitiva necesaria.
Sin embargo, los niños son impredecibles en muchos sentidos que nos dejan grandes enseñanzas y contrario de lo que se cree, desde pequeños suelen tener ideas sobre el mundo completamente abstractas. Un claro ejemplo de ello es lo que relata el difunto filósofo Gareth Mathews en su libro The Philosphy oh Childhood.
La pregunta por la existencia de Dios
Un buen día, Mathews entabló una conversación con su pequeña hija de 4 años que le cambiaría su perspectiva de la niñez para siempre. El filósofo dijo a su pequeña Sarah de 4 años que su gato, Fluffly, tenía pulgas. Sarah de inmediato sacó la característica curiosidad de los niños por descubrir los porqués del mundo y preguntó de dónde habían venido las pulgas. Mathew contestó que probablemente habían saltado de otro gato hacia el suyo.
-¿Cómo consiguió pulgas ese gato? -preguntó Sarah de nuevo. -Deben haber venido de un gato diferente-, respondió Mathews.
Pero los niños siempre quieren ir un paso más allá y desde luego, Sarah no quedó contenta con la respuesta de su padre, por lo que lanzó un comentario que impactó de lleno en la mente de Mathews.
-Pero papá, no puede seguir así para siempre. ¡Lo único que sigue y sigue así, son los números!
En ese momento ocurrió una epifanía en Mathews que acababa de presenciar dos cosas. La primera era que la capacidad de pensamiento de abstracción de su pequeña hija de cuatro años era bastante compleja, pues comprendía el concepto de infinito. La segunda, un poco más difícil de explicar era que estaba ante un argumento cosmológico.
Existen muchas versiones de tal argumento, pero de todas ellas se distingue el objetivo final, que es demostrar que Dios existe. La idea básica que sostiene al argumento que se estudia ampliamente en clase de filosofía y que de hecho Mathew impartió, es que todo tiene una causa. Sin embargo, esto no puede explicarse así infinitamente, por lo tanto debe existir una primera causa que no provino de ninguna otra. Y aquí es donde entra en juego la variable llamada Dios a la ecuación, pues muchos filósofos famosos como Tomás de Aquino, sostienen que esta causa primigenia fue Dios.
Si el argumento cosmológico en sí mismo tiene fallas en su estructura o bien, se puede refutar de distintas maneras, no es el objetivo central de nuestras líneas. Más bien debemos prestar atención a cómo los niños pueden llegar a ser los filósofos más puros, pues justamente no han interiorizado las reglas de pensamiento impuestas por la sociedad y no están limitados en ningún sentido, salvo por su propia imaginación.
Los mejores filósofos no se hacen; surgen
Luego de su charla con su pequeña hija, Mathew decidió adentrarse en el pensamiento de los niños que resultaron ser grandes filósofos. Descubrió que con frecuencia los pequeños entre 5 y 7 años hacen inesperadas excursiones hacia los argumentos filosóficos más investigados por los adultos. Quedó sorprendido por la forma de razonar de los niños y también por sus constantes cuestionamientos hacia la realidad.
Quizá lo único que nos falta es humildad para comprender que los grandes filósofos no se hacen en las grandes universidades, sino que se puede hacer filosofía en donde quiera que sea sin importar la edad. Después de todo, cada una de las mentes del mundo están inmersas en un viaje que no comprendemos y que por lo tanto, desarrollamos nuestras propias formas para lidiar con la realidad.