Los aventureros del pasado conocían los mares y los desiertos como las palmas de sus manos, y su coraje y tenacidad para enfrentarse a lo desconocido (además de una medida de codicia, sin duda), ampliaron el mapa del mundo como lo conocíamos. Pero hay una especie particular de aventureros espirituales que no se conforman con recorrer grandes extensiones de mar o tierra en la búsqueda de nuevos peligros y aventuras, y que en cambio convierten su propia existencia y el conocerse a sí mismos en la mayor aventura de todas. Fue el caso de Christopher McCandless, mejor conocido como Alexander Supertramp.
Christopher parecía un chico listo de una feliz familia de Virginia, EU, de los que sacan excelentes notas en la escuela y son el orgullo de sus padres. Luego de graduarse con honores en historia y antropología por la Universidad de Emory en 1990, a los 22 años, donó a la caridad sus ahorros (unos $24 mil dólares) y decidió retirarse a una vida lejos de la sociedad, viviendo sin dinero prácticamente y apenas con los recursos indispensables para seguir viajando y manteniéndose con vida.
Sus inseparables acompañantes eran los libros de H.D. Thoreau, Lev Tolstoi y Jack London, escritores que nutrieron, en el imaginario de McCandless, una idea que él había sentido desde muy pequeño: el éxito y el reconocimiento social son premios vacuos para un espíritu que no se conoce a sí mismo. Para llevar a cabo su meta, marchó a recorrer Arizona y California, además de trabajar por breves periodos en plantaciones agrícolas para ahorrar algo de dinero y seguir en el camino de sí mismo. Así comenzó a presentarse a sí mismo como Alexander Supertramp.
El reto final después de dos años recorriendo la Unión Americana era lograr sobrevivir en uno de los terrenos más inhóspitos a los que uno puede acceder por carretera, la tundra de Alaska. Armado con un rifle Remington, unas botas de caucho, un costal de arroz y mínimos instrumentos para sobrevivir (además de una preparación muy básica sobre la vida salvaje), se internó en abril de 1992 en el Parque Nacional Denali. Durante varios meses se las arregló para vivir dentro de un viejo autobús que encontró en el bosque (perteneciente a una compañía que lo había instalado ahí como refugio para trabajadores de carreteras, y dotando al “Magic Bus” con una estufa funcional de leña y una litera.) En ese tiempo se alimentó de pequeños animales como ardillas o pájaros que lograba cazar, además de bayas que recolectaba, asentando en su diario que la vida no podía ser mejor que lejos de las exigencias de la sociedad moderna.
Sin embargo, para agosto de ese año su suerte cambió. Al tratar de volver al cercano poblado de Fairbanks, la crecida de un río le cercó el paso, haciendo imposible que encontrara el camino de regreso. Supertramp pereció en agosto del mismo año a causa de inanición, en medio de la naturaleza que tanto anhelo.
En 1996 Jon Krakauer escribió sobre la experiencia de McCandless el libro Into The Wild, llevada a la pantalla grande en 2007 con la dirección de Sean Penn, y con Emile Hirsch en el papel protagónico.
A pesar de las críticas favorables a la cinta y del coraje con el que McCandless afrontó el llamado de la naturaleza, muchos exploradores profesionales y guardabosques de EU se han referido al “síndrome Supertramp” en personas jóvenes, consistente en albergar una visión excesivamente romántica de la naturaleza, sin tomarse el tiempo para conocer sus verdaderos peligros. Si McCandless hubiera llevado consigo un simple mapa en su paso por Denali, habría visto que a poca distancia de donde trató de cruzar el río se encontraba un cable de acero que los cazadores usan para cruzar el río cuando crece. En suma, la aventura de McCandless enseña que es preciso seguir la voz de nuestra conciencia y emprender la búsqueda de nosotros mismos, pero que no por ello debemos olvidar las cuestiones prácticas: la inteligencia y la previsión no están nunca peleados con la pasión. Todo aventurero debe aprender eso.