El ecoturismo o turismo sustentable no es solamente una nueva moda entre los aventureros del “Primer Mundo” que buscan una experiencia de otredad extrema en algún país en desarrollo: se trata también de un avatar más del capitalismo globalizado para conquistar parcelas poco accesibles. Literal y metafóricamente.
Nola Solomon es un viajero que, al graduarse de la Universidad, decidió hacer un pequeño viaje a Ecuador. Sin embargo su interés no era propiamente turístico: Nola había viajado previamente a Kenya y Tailandia para hacer trabajo humanitario, y cuando supo que esta opción estaba disponible también en Sudamérica a través de una página web, no lo pensó dos veces.
Una pequeña agencia de viajes promete (por una módica cuota de $90 USD a la semana) un cuarto propio en casa de alguna familia dentro de la zona rural de San José de Las Tolas, a un par de horas de Quito, la capital de Ecuador. Por esta cuota el viajero recibe tres alimentos, acceso a un baño funcional y la posibilidad de prestar sus servicios de manera atruista en alguna de las 40 granjas sustentables del pueblo, cada una administrada por una economía gremial y familiar.
Al pie de los Andes, la visita turística hará que te levantes cada día de tu estancia a una experiencia de otredad radical, viviendo como un campesino andino: antes del amanecer estarás ordeñando vacas hasta que tus dedos duelan; luego pasarás unas horas nadando en alguna fresca laguna mientras comes empanadas con queso fresco hecho en el lugar. Por la tarde y hasta la caída del sol prestarás tu mano de obra para plantar o recolectar (según la estación) alguno de los cultivos propios del lugar, sobre todo árboles frutales.
Sin embargo, el impacto económico de la mano de obra “turística”, por así llamarla, no es lo que mantiene este nuevo tipo de turismo: de los $90 dólares que se pagan a la agencia de viajes apenas $5 van a parar a los bolsillos de la familia que te hospeda. A pesar de que pueda parecer desequilibrado, esa pequeña cuota hace más por la economía local que todo el supuesto trabajo que los viajeros realicen durante su estancia.
La construcción ideológica del “Tercer Mundo” es también una coartada fantasmática de disfrazar la diferencia: una nueva faceta del turismo que le permite a los viajeros experimentar no la experiencia de otro clima, otras costumbres y otras vistas, sino la (supuestamente) más radical experiencia de otra clase social.
Las agencias turísticas funcionan con un modelo mercadológico que en términos económicos es de poco impacto para las comunidades que reciben el “trabajo” de los visitantes extranjeros; sin embargo, las cuotas que estos pagan (impulsadas y protegidas seguramente por iniciativas gubernamentales de apoyo al turismo) permiten hacer pequeñas diferencias en la vida de tales pueblos. Según Nola, pronto pueblos como Las Tolas, enclavados en los lindes de la civilización occidental, estarán conectados también a Internet, poniéndolos en el mapa de los viajeros y turistas.
Ya sea que veamos la desaparición de estos lugares con nostalgia de tiempos que acaso nunca conoceremos, o como una muestra más del aparentemente imparable paso del capitalismo, lo cierto es que la experiencia del viaje está casi completamente en el viajero y en la conciencia con que este asuma su experiencia. Incluso en la medida, podríamos decir, en que la experiencia del viaje se convierta en mero simulacro e idealización.
[AlterNet]