Hasta hoy, la condición humana es un misterio irresoluble. En los últimos años, algunos psicólogos se han abocado a este asunto no sólo para explicar la naturaleza humana, sino para poder convencer a las personas de lo necesario que es un cambio de mentalidad para vivir mejor; de entrada, es imprescindible salvar al planeta.
Nuestra sociedad actual está repleta de violencia, sexismo y racismo: entre unos y otros nos devoramos. No es de extrañar que, por lo tanto, la relación con la naturaleza sea tan desigual e irrespetuosa, y que enfrentemos actualmente una gran crisis ecológica. ¿Cómo explicar ese comportamiento? ¿Y cómo cambiarlo, para salvar al planeta?
Teoría de la dominación social
Un grupo de psicólogos de la Universidad de California desarrolló en 1990 una teoría sobre las estructuras de organización social llamada “teoría de dominación social”. A grandes rasgos, esta teoría plantea que las personas con poder siempre buscan más de aquello que disfrutan en la vida, así sea a expensas de otros. Cada individuo tiene deseos y necesidades que busca satisfacer, lo cual se convierte en una guerra de unos contra otros.
Esto deviene en jerarquías sociales donde prima la dominación y la explotación de unas cuantas minorías por parte de vastas mayorías, una tendencia que, como advierte el psicólogo Jim Sidanius de la Universidad de Harvard, está presente (y muy exacerbada) en la mayoría de los grupos sociales modernos.
Por otro lado, el psicólogo Erich Fromm indagó sobre la cuestión del hombre como ser social. Estamos determinados por aquello que hemos heredado pero que no necesariamente pedimos tener, nos dice Fromm. Nadie decidió por voluntad nacer hombre o mujer, o en un país dado. Ni mucho menos, rico o pobre.
Siguiendo esa tesis, el individuo moderno se vería atado a formas de organización social (económicas, normativas e ideológicas) que moldean su forma de actuar y de ser. Por ello, cambiar nuestro chip podría resultar más difícil de lo que creemos: “Si soy lo que tengo, y pierdo lo que tengo, entonces ¿quién soy yo?”, escribe Fromm.
Esa es la pregunta clave de la psicología. ¿Quienes somos? Y eso que creemos ser, ¿nos constituye permanentemente? Quizá no. En palabras de Eduardo Galeano, “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Estamos en proceso de cambio constante. Por eso, la apuesta de Fromm y los psicólogos contemporáneos es indagar en la mente humana para saber por dónde empezar a transformarnos. No podemos negar por completo nuestra naturaleza; por ello, la invitación es a reflexionar y trabajar en cambios, tanto a nivel social como individual.
Para Sidanius, el “cambio de chip” sólo puede provenir de conocer las leyes de los sistemas sociales y el comportamiento humano en éstos:
No podemos ser ingenuos sobre las formas mediante las cuales estos patrones sociales pueden ser cambiados […] tenemos que entender antes las leyes del sistema social.
En este sentido, los cambios individuales son igual de importantes. Para los psicólogos, tener una vida resiliente es fundamental: aprender del pasado, tener tolerancia y fomentar actos de bondad, así como intentar causar el menor daño posible a la naturaleza, entre otras cosas, constituyen actitudes resilientes.
Ambas visiones encuentran su armonía en la idea de que somos seres inherentemente sociales, y que nuestra mejor forma de sobrevivir —y de salvar al planeta— es mediante el apoyo mutuo, dejando de lado el “chip” de la competencia rapaz y del “sálvese quien pueda”, haciendo de la resiliencia un proceso tanto individual como colectivo.
Si alguna sociedad nos ha enseñado que esto es posible, y que no todo se basa en relaciones de competencia entre unos y otros, son las comunidades indígenas. Éstas tienen sus propias contradicciones internas, pero habría que voltear a observarlas para re-aprender; encontrarnos en el imaginario colectivo –¿cómo retomar el sentido comunitario?– y recordar que las civilizaciones no son nada sin la naturaleza.
* Referencias: El camino a la resiliencia