No sabemos qué fue primero: ¿la música nos hizo humanos, o la evolución nos hizo musicalizar la existencia?
Se cree que antes de hablar, cantábamos. Pero eso no nos diferenciaba demasiado de algunos animales, como las ballenas o los pájaros, quienes han usado siempre melodías para comunicarse. Sin embargo, a nosotros la música nos hizo bailar: el baile nos llevó al ritual, y el ritual nos permitió resonar con otros en coro, lo que nos llevó a construir los primeros instrumentos rupestres.
Somos, esencialmente, un animal musical.
Porque nada como los ritmos, los tonos y las melodías armoniosas ha hecho evolucionar tantas capacidades neuronales en el ser humano.
Ahora, gracias a la neurociencia sabemos que la música tiene un portentoso papel en nuestra evolución social. Porque tiene la capacidad de expandir la conciencia individual, mientras nos conecta con la conciencia colectiva (cualquiera que haya asistido a un concierto sabe sobre esto último). Y ha potenciado nuestras dos formas de inteligencia: la racional y la emocional.
Quizá por eso nuestras neuronas tienen su propio gusto musical
En experimentos con imágenes de resonancia magnética se ha comprobado que ningún otro sonido es capaz de hacer explotar a tantas neuronas simultáneamente como lo hace la música, convirtiendo al cerebro en un concierto de neuronas en movimiento. Aquellas que se ven estimuladas son las que forman parte de lo que un grupo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) han llamado “el circuito musical del cerebro”.
Yendo más a fondo, estos investigadores han estudiado ya no sólo las neuronas, sino también el comportamiento de las células cerebrales, para diferenciar mejor entre distintos procesos cognitivos. Así han concluido que la música se procesa en circuitos neuronales distintos a los del lenguaje. Pero aún no saben bien cuál es el papel del circuito musical: sólo que tiene más relación con la evolución de las emociones que el lenguaje.
Y sí: curiosamente, el lenguaje se vuelve a veces ininteligible: un hablante de español que oiga a alguien hablar marroquí difícilmente podrá entender lo que escucha. En cambio, la música es un lenguaje universal, que nos hace más empáticos y que, incluso, nos vincula más intensamente con la naturaleza y algunas especies animales.
Aún hay mucho que saber sobre la música y la evolución humana. Lo que es seguro es que la sentencia nietzscheana de que “la vida sin música sería un error” no sólo es certera en el ámbito del goce estético, sino también en el ámbito de la evolución cerebral: la vida sería un error porque, en primer lugar, sin música ni siquiera podría ser como la conocemos.