Es importante recordarnos que la reducción de calorías no debe girar en su totalidad sobre la idea de perder peso. Antes que nada, se debe tener bien claro que las calorías son la energía que nuestro cuerpo necesita para funcionar naturalmente. Pero sobre todo, que las hipótesis en torno a la salud y al consumo de alimentos han variado muchísimo a lo largo del tiempo.
En este sentido, conviene recordar las francas palabras de Hipócrates, uno de los médicos más lúcidos de la antigua Grecia: “que tu alimento sea tu medicina”. La nutrición, vista en la Antigua Grecia como un complejo sistema que involucra metabolismo y bienestar, es hoy reducida a un hábito más en la vida; una necesidad de supervivencia. De ahí que nuestra más cercana solución a procurarnos alimento sea consumir en supermercados o en el peor de los casos, en establecimientos de fast food.
Y a propósito: ¿Sabes qué ingieres cuando comes fast food?
Paradójicamente, nuestra relación con la comida se ha convertido en algo nocivo que toca extremos, ya sea por el incremento de la obesidad o por el lado de los trastornos alimenticios.
Frente a este panorama, en la actualidad podemos encontrar múltiples investigaciones que sugieren que reducir la ingesta diaria de calorías podría ser bueno para la salud, algo que, no obstante, debe ser tratado con cuidado y responsabilidad. Muchos científicos han puesto de manifiesto que se trata de un tema complejo, pero han logrado comprobar que reducir el consumo calórico puede ser benéfico, no sólo por el hecho de perder peso, sino por todo lo que ello implica.
Reducir calorías no necesariamente implica que aprenderás disciplina
Un estudio publicado en Jama Network analizó a dos grupos de personas cuyos índices de masa corporal eran distintos, pero ninguno propiamente obeso. Uno de los grupos mantuvo su dieta habitual mientras que el otro redujo su consumo calórico en un 25 % durante dos años. El grupo que redujo su consumo calórico vio resultados positivos a los 12 meses en cuanto a estados de humor y sueño, y remarcadamente en su vigor y vida sexual, mientras que en el otro grupo no hubo diferencias significativas. No obstante –y pese al rigor que implicó mantener una dieta baja en calorías durante dos años–, al terminar el estudio todos los participantes volvieron a sus prácticas alimenticias habituales, lo que demostró lo difícil que puede ser desarraigar algunos hábitos.
Por otro lado, investigadores como Robert Butler, han probado que reducir el consumo de calorías en exceso puede contribuir al decaimiento del libido y a una falta de energía en general.
Retomemos el diálogo con nuestra alimentación
Pero más allá de estos estudios, que resultan contradictorios entre sí, lo más importante debería ser el entender qué relación hay entre lo que elegimos comer y los efectos que produce este alimento en nosotros; ¿será que nuestra alimentación es capaz de moldear nuestra salud a niveles, incluso, emocionales? Tal vez la respuesta esté en retomar un diálogo con nuestra alimentación; aprender a diferenciar los efectos físicos y anímicos de cada alimento y ser honestos con nosotros mismos sobre el resultado. En este sentido, conviene retomar las lecciones de Hipócrates sobre la posibilidad de que la alimentación sea, también, una herramienta para estimular el proceso natural de sanación y bienestar en el cuerpo humano, y cómo es que la cualidad primordial de la alimentación podría ser de corte “preventivo”, es decir, que funge como una especie de escudo invisible frente a los agentes externos de la vida, aquellos que podrían hacernos entrar en desequilibro (o enfermedad).
Vale la pena poner en la mesa algunas recomendaciones que ha hecho la OMS para reducir calorías de manera saludable. Esta organización propone, entre otras cosas, que el consumo calórico esté en resonancia con el gasto de energía del individuo, y se tome en cuenta el índice de masa corporal de cada persona dependiendo la estatura, así como la edad y el género. Las grasas no deben superar el 30 % de la ingesta calórica total para evitar un aumento de peso y éstas deben ser de origen natural, como las de aceite de olivo o aguacate. Estar atentos también a la cantidad de sodio que ingerimos es importante; está comprobado que la sal, por ejemplo, puede ser sustituida por el chile, mientras que el potasio, presente en verduras y en frutas como el plátano, puede mitigar los efectos negativos del sodio.
Te aseguramos que seguir estas recomendaciones tendrá mejores efectos que una dieta rigurosa basada en reducir calorías, que para muchos es imposible de seguir. Reducir calorías no debería ser la meta, en su lugar te proponemos buscar la calidad en los alimentos que consumes, al fin y al cabo, los beneficios (o perjuicios) los notarás haciendo efecto en tu vida diaria.
*Referencias: The Benefits of Calorie Restriction