Los maratones en las ciudades son eventos que reúnen a multitudes y las obligan a ir más allá de sus propios límites. Pero existe un maratón que no sólo pone a prueba la disciplina física, sino que también obliga a sus participantes a trascender sus límites espirituales. Se trata de un reto de 1,000 días (7 años), con el objetivo de convertirse nada menos que en un buda viviente: el kaihōgyō.
Los monjes de la secta Tendai viven en el monte Hiei, a las afueras de Kioto, en Japón. Cuando un monje decide embarcarse en un kaihōgyō, se sabe que está frente a una prueba extrema que probablemente no logrará completar.
Se espera que los primeros 100 días el monje corra 30 kilómetros diarios por las montañas, deteniéndose en alguno de los 260 altares a lo largo del camino para ofrecer oraciones a los ancestros y a otros monjes pasados.
Muchos de esos altares son para monjes que se quitaron la vida al no ser capaces de completar el kaihōgyō.
Atravesar las puertas de la muerte
Los primeros 100 días, el monje se levanta a medianoche y comienza a correr en la oscuridad durante 30 kilómetros. Al terminar de correr, más o menos a las 8 de la mañana, se espera que el monje cumpla sus obligaciones normales en el templo durante el día. Esto les deja poco más de 4 horas de sueño diario.

Sandalias tradicionales para correr
Hoy en día los monjes pueden abandonar el kaihōgyō antes de los 100 días. Pero si atraviesan el día 101, su tradición exige completar la prueba o morir. El monte Hiei está lleno de tumbas de monjes que no completaron la prueba.
Los siguientes 5 años transcurren así, corriendo 30 kilómetros diarios. En ese momento viene la prueba más difícil: el dōiri, un ritual de 9 días donde el monje no puede comer, beber ni dormir.
El monje debe repetir un mantra sin parar, además de traer agua de un manantial a las 2 de la madrugada, no para beber, sino para ofrecer a la estatua del Buda Fudō Myō-ō. Todo esto bajo la estricta vigilancia de otros monjes, que no le permiten dormitar.
El dōiri simboliza la muerte física del monje, un paso por el inframundo en una de las torturas físicas más brutales que se puedan concebir.
El comienzo del sexto año consiste en correr 60 kilómetros diarios por 100 días consecutivos, y el séptimo año debe correr 84 kilómetros durante los primeros 100 días, luego de lo cual la prueba termina con otros 30 kilómetros diarios durante el tiempo restante.
La distancia total que los monjes corren durante el kaihōgyō equivale a la circunferencia de la Tierra.
¿Por qué?
Solamente 46 monjes han completado el kaihōgyō desde 1885. Al final ellos no reciben una medalla ni un premio, ni siquiera una invitación a las Olimpiadas.
Esta dura prueba no es un evento deportivo, sino un desafío espiritual: el kaihōgyō simboliza un entrenamiento para acceder a la iluminación, así como para llevar a otros a alcanzarla mediante el ejemplo.
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A diferencia del maratón occidental, esta prueba de los monjes Tendai no está hecha para hacer más fuerte el cuerpo, sino para fortalecer la mente a través del sufrimiento físico.
Se trata de crear una nueva relación con la naturaleza transitoria de la vida, además de destruir todo lo que el monje cree de sí mismo, para dar paso a una nueva naturaleza que sólo pueden conocer quienes han atravesado las puertas de la muerte.