Isaac Newton, el joven que vivió en la década de 1650, atravesó un mundo de penumbras. Europa era eclipsada por la peste bubónica en Europa, la cual lentamente arrancó la vitalidad de las ciudades. Italia fue la primera nación en sucumbir ante la pandemia, después España, Alemania, Países Bajos, cayeron en la sombra de la enfermedad. Desde lejos, Inglaterra observó cautelosamente los casos de propagación de la bacteria hasta que, a consecuencia del intercambio de comercio por embarcaciones plagadas de la peste, a finales de 1664 se informó del primer fallecido por peste bubónica en tierra londinenses.
La Gran Plaga de Londres
Otro vino en febrero y así comenzó lo que se conoce como La Gran Plaga de Londres. El miedo por las muertes rápidas y espantosas pronto permeó la ciudad, la necesidad de parar los contagios cambió drásticamente el desenvolvimiento de la sociedad. Las muertes se multiplicaron y se ordenó a los enfermos quedarse en sus hogares para morir aislados dentro de una casa con una enorme cruz roja pintada en el exterior de su residencia.
Los servicios se suspendieron por tiempo indefinido, obras de teatro, el comercio ambulante y la mayoría de las actividades quedaron suspendidas, enterrando la ciudad en un silencio sepulcral. Finalmente se dictó un confinamiento en general, como consecuencia las universidades cerraron sus puertas y mandaron a sus estudiantes a casa.
Entre las filas de jóvenes de la Universidad de Cambridge que enviaron a casa, estaba un curioso de 23 años obsesionado con las matemáticas. Permanecer lejos de los lineamientos curriculares podría traer desviación sobre los temas importantes para aprender. Sin embargo, este caso es uno excepcional en donde la libertad curricular resultó en el descubrimiento más importante de la ciencia.
Isaac Newton convirtió el silencio en genialidad
Isaac Newton, el nombre del joven desconocido en aquel entonces, se retiró a la granja familiar de Woolsthorpe Manor, a unos 60 kilómetros al noreste de Cambridge. Instalado en casa, construyó una pequeña oficina con estanterías y creó una especie de diario científico, un cuaderno en blanco con sus ideas y cálculos, al que llamó su “Libro de desperdicios”.
El confinamiento, la tranquilidad del lugar y el distanciamiento de las restricciones curriculares, dieron rienda suelta a la creatividad del joven. Newton transformó un periodo de penumbra, en un destello grande que más adelante cambiaría por completo la percepción de la humanidad sobre las leyes de la física.
Fue durante este periodo que descubrió el punto de quiebre que revolucionaría a la humanidad de la Edad Media. En este punto cayó la manzana, fuese real o apócrifa, de donde surgió la idea progresiva de la fuerza de gravitación universal. Una fuerza que según el propio Newton “se extiende hasta el orbe de la Luna”.
Más allá de la frontera del conocimiento
Pero la creatividad no podría parar ahí, para un joven como Isaac Newton con sed de conocimiento, vendría lo más complicado; calcular la fuerza. Gracias a esto y, como menester para la resolutiva del nuevo descubrimiento, inventó el cálculo diferencial e integral.
Newton sin saberlo, estaba empujando más allá de la frontera del conocimiento. También se interesó por la óptica y el comportamiento de la luz. Experimentó con prismas y comprendió la descomposición de luz blanca en los colores básicos. Descubrimiento que más tarde también se volvería esencial para los científicos modernos.
La historia de Isaac Newton es aquella en donde se transforman las posibilidades en casos excepcionales. En medio de una devastadora pandemia, que terminó con la vida de más de 100 mil personas, el joven genio formuló los horizontes de las leyes de la física. Y más tarde él mismo diría que “la verdad es fruto del silencio y la meditación”.