Hablar del alma es casi la misma cosa que hablar de la muerte; ninguna de las dos tiene una explicación sobre qué sucede realmente, lo único que se puede decir son meras suposiciones que nos ayudan a darle sentido a la vida. Este hecho no es cuestionable desde luego, cada uno afronta la existencia de distintas formas y la creencia en el alma es una de ellas, sin embargo, intentar cuantificarla es hablar de palabras mayores. Existe un leyenda supuestamente científica de que el alma tiene un peso de 21 gramos, que ha sido replicada década tras década, pero ¿qué hay de cierto en esto?
De dónde surgió la idea del peso del alma
La creencia del supuesto peso del alma comenzó hace ya más de un siglo en Dorchester, un pequeño pueblo de Boston, Estados Unidos. El pueblo era el lugar de residencia de Duncan MacDougall, un médico de renombre del poblado. Tal como la epifanía que vino a Newton luego de observar una manaza caer del árbol, Macdougall experimentó algo similar cuando una abeja se posó sobre su sombrero. La acción de inmediato le hizo cuestionarse si en primera instancia los humanos poseemos almas y si estas ocupan cierto espacio en la mente, entonces deberían registrar cierto peso.
El médico comenzó una serie de investigaciones que publicó en 1907 en la revista American Medicine y la Sociedad Estadounidense de Investigación Psíquica. Allí escribió:
“Dado que… la sustancia considerada en nuestra hipótesis está ligada orgánicamente con el cuerpo hasta que se produce la muerte, me parece más razonable pensar que debe ser alguna forma de materia gravitatoria y, por lo tanto, capaz de ser detectada en el momento de la muerte pesando un cuerpo humano en el acto de la muerte”.
Un experimento poco usual
Para despejar su cuestionamiento genuino, MacDougall se asoció con el Hospital Dorchester’s Consumptives’ Home, que era una organización benéfica dedicada a tratar a pacientes con tuberculosis en etapas avanzadas, una enfermedad que en aquel entonces era incurable y mortal. El médico explica en su artículo por qué eligió la tuberculosis como una enfermedad pertinente para sus experimentos, dijo que los pacientes morían en “gran agotamiento” y sin ningún movimiento.
Pensó que esto le permitiría instaurar una especie de báscula capaz de soportar una camilla y determinar el peso del paciente antes y después de su deceso. Su primer caso fue un hombre que trascendió el 10 de abril de 1901, MacDougall registró una caída en la báscula de 21.2 gramos, dato que pasaría a la posteridad y se instauraría como la leyenda del peso del alma. Sin embargo, los datos del segundo paciente poco se acercaron al del primero, este perdió 14 gramos antes de dejar de respirar.
Mientras más registros obtenía, menos se asomaba un patrón que diera respuestas a MacDougall. El tercer paciente mostró una pérdida inexplicable en dos pasos al perder primero 14 gramos y un minuto después, 28.3 gramos más. Los siguientes casos ni siquiera puede decirse que mostraron datos fidedignos, pues la báscula falló.
Pero MacDougall continuó con su cuestionamiento y repitió el proceso con 15 perros, sin embargo, no encontró pérdidas de peso, lo que indica en su opinión, que estos no poseen alma. Aunque también hay que decir que el propio médico aceptó la falta de evidencia más amplia que se requiere para establecer una hipótesis, ya fuese respecto al alma de humanos o de los canes.
Hoy en día la pregunta sobre si el alma tiene peso sigue en el aire, no se han intentado replicar este tipo de experimentos con humanos debido a las implicaciones éticas que trae consigo. Por lo tanto, la ciencia no puede responder al cuestionamiento debido a la gran falta de evidencia, quizá el orden de la espiritualidad sólo puede quedarse en lo cualitativo y no en lo cuantitativo.