La supervivencia en el mundo, como en cierto modo lo demostró Darwin luego de siglos y siglos de especulación científica y aun metafísica, ocurre porque la naturaleza está programada para desarrollar mecanismos que no es exagerado calificar de perfectos, circuitos a veces complejos y otros elocuentemente sencillos que alimentan la idea del diseño inteligente, la existencia de una voluntad que, como ha propuesto el biólogo Jeremy Narby, demuestra “una capacidad para elegir” al interior y al exterior de los organismos vivos, a niveles micro y macroscópicos.
En este sentido, recientemente un grupo de investigación de la Escuela de Ciencias Biológicas de Bristol, dirigido por Daniel Robert, encontró que las abejas y las flores tienen una relación mucho más profunda de lo que se sabía hasta ahora, pues al parecer su comunicación se da también por medio del campo electromagnético.
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Robert y sus colegas partieron del hecho sabido de que las flores producen con frecuencia colores, patrones y fragancias específicos para atraer a sus polinizadores, entre los cuales las abejas ocupan una posición importantísima. Lo novedoso es que, según este estudio, también hay especies que emiten mensajes para éstos y otros insectos en forma de señales eléctricas.
Las flores usualmente tienen carga eléctrica negativa y un campo eléctrico débil. En contraste, las abejas tienen carga eléctrica positiva, superior a los 200 voltios. Cuando ocurre el contacto entre flor y abeja, el potencial de la primera cambia, variación que además de mantenerse durante varios minutos parece ser conocida por los insectos, en especial los abejorros que, sorprendentemente, pueden distinguir entre varios campos eléctricos florales. Los científicos especulan con la posibilidad de que la vellosidad de las abejas reacciona a la energía electrostática en torno a las flores.
“Esta coevolución entre flores y abejas tiene un amplio historial benéfico, así que tal vez no sea del todo sorprendente que descubramos incluso hoy cuán notablemente sofisticada es su comunicación”, concluye Robert.