Desde que el agave se convirtió en mi planta de poder y el mezcal en mi bebida espirituosa, empezó mi viaje en búsqueda de información y señales de la mítica isla de Aztlán. Me interesaba en particular todo lo referente a los grupos originarios, que rendían tributo a algunos animales y que los adoraban como dioses de la creación.
No podemos medir la inteligencia animal comparándola con la nuestra, porque se queda corta. Dicen que cuando dos ballenas se encuentran en el vasto océano (una proveniente del polo sur y la otra del polo norte), se pueden compartir todo lo que saben sobre las rutas oceánicas en sólo unos segundos. Sabiendo eso, la inteligencia humana no parece ser tan superior. Deberíamos intentar aprender más de su sabiduría. Al final, los animales no nos necesitan, nosotros los necesitamos a ellos.
Christian Vizl/@christianvizl
Muchos de los experimentos actuales tienen el objetivo de averiguar si los animales son capaces de entender nuestro lenguaje, pero debería ser al revés. La ciencia debería buscar qué tan capaces somos de entender las formas en las que se comunican otras especies.
Escuché el llamado de las ballenas por primera vez en San Miguel de Allende. Rastreando señales, símbolos y pistas me encontré con un explorador interesado en Aztlán conocido como “el encantador de ballenas” aunque él, por humildad, no se adjudicaba ese apodo. Me platicó de un proyecto que estaba haciendo con el apoyo de la UNAM y el FONCA. Quería estudiar la interacción de las ballenas con la poesía.
A nuestro primer encuentro en la mezcalería Buen Viaje llegó vestido con una gorra de capitán de barco, botas y mameluco. Después de tomar unos mezcales de la casa sacó un mapa desgastado y señaló el destino de su próximo viaje: la laguna Ojo de Liebre en Guerrero Negro, Baja California Sur. Me contó que ahí llegan las ballenas a dar a luz y a morir, después de recorrer largas distancias. Por alguna razón, que sólo ellas conocen, eligen ese lugar tan especial, ese sitio que seguramente guarda en sus aguas una memoria ancestral.
Sin embargo, ese lugar lleno de vida también ha visto desgracias. Allí ocurrió una matanza enorme y brutal de ballenas, pues al tratarse de una laguna era más fácil cazarlas que en mar abierto. En esos años había un mercado para el aceite de ballena y eso justificó aquella muestra elevada de estupidez humana.
El explorador me invitó a acompañarlo en su viaje. Le pedí a un joven fotógrafo amigo mío que viniera con nosotros, y al poco tiempo tenía reclutado un equipo diverso de 17 personas. Una vez armado el circo, emprendí uno de los viajes más transformadores de mi vida.
Pablo Da Ronco/@pablodaronco
El camino hacia Ojo de Liebre fue muy largo. Tuvimos que rentar un camión extra para llevar todo nuestro equipo, documentación, comida, herramientas y maletas. Pasamos por retenes militares y nos revisaron hasta los dientes. Una vez ahí, no resentimos el cansancio pues habíamos llegado al paraíso. Pisar la arena y escuchar cómo la respiración de las ballenas nos daba la bienvenida hizo que todo valiera la pena.
Montamos las carpas con trabajo; azotaba un fuerte viento. La mañana siguiente comenzamos a leerles poemas a las ballenas en el mar. El experimento también lo replicamos en tierra firme, porque si ellas se pueden comunicar entre sí a kilómetros de distancia, es posible que lo puedan hacer con nosotros. Honestamente, no creo que entiendan el lenguaje de la poesía, ni las letras o ritmos de la música, pero creo que ellas se acercan más a nosotros cuando logramos estar en nuestro centro y elevar nuestra conciencia, sin tener expectativas. Siento, incluso, que ellas quieren dejarnos un mensaje. Es imposible explicar estas experiencias con palabras, porque hay cosas en la vida que sólo se sienten.
Una semana sin WiFi ni señal nos ayudó a conectarnos mejor y a estar en sincronía con el universo, con la Unidad, con la quietud y el silencio. Las caminatas en el desierto de Baja California se convirtieron para todos en nuevas experiencias de exploraciones sensoriales. Tuvimos encuentros con coyotes, águilas, lagartos prehistóricos y plantas endémicas que nunca había visto. Siento que el desierto guarda una energía muy especial, ¿tendrá algo que ver con todos los animales que murieron hace millones de años?
Pablo Da Ronco/@pablodaronco
El penúltimo día, los guías y los pescadores nos dijeron que convenía suspender la última salida porque había mal tiempo. Decepcionados, nos levantamos de nuestras bolsas de dormir y, justo en ese momento, contra todos los pronósticos, contra viento y marea, el día se compuso. Aun así, fue el único día de los siete que entramos al mar con muy bajas expectativas de ver ballenas.
Entramos a la laguna con gratitud y agradecimiento pleno hacia la vida, empezamos a danzar y a cantar como nunca. De pronto sucedió algo mágico. Aparecieron montones de ballenas, delfines y tortugas marinas, y comenzaron a danzar con nosotros. Fue una experiencia celestial. Las ballenas se acercaban y nos dejaban abrazarlas. El documentalista del equipo, especializado en lo paranormal, tuvo una experiencia de mind over matter al estilo del neurofisiólogo y psicólogo mexicano Jacobo Grinberg. Como buen whale rider, se zambulló en el agua para nadar con ellas. Mientras tanto, una majestuosa ballena se me acercó y me miró con su enorme ojo. Entré a otra dimensión, el momento pareció ser eterno, como si el tiempo se hubiera detenido.
Volvimos a tierra llenos de dicha y al poco tiempo me desplomé y entré en “coma cósmico”. Durante 1 hora permanecí acostado sin poder moverme. Entré en un mundo dorado, donde había ballenas gigantes con los 12 apóstoles. Mientras navegaba por esas imágenes oníricas me sentía en paz, no quería salir de ese viaje, no quería volver a lo que llaman “realidad”. Un mes antes, el ilustrador y tarotista de nuestro grupo había hecho un dibujo donde era tragado por una ballena, como la historia bíblica de Jonás. Ese relato cobró vida durante mi experiencia mística. El viaje con las ballenas grises nos hizo renacer a todos.
Miguel Canseco/@cansecotarot
Ahora estamos planeando un buen viaje hacia la isla Kaikoura en Nueva Zelandia, con los maoríes, los whales riders originales, que tienen una cosmogonía según la cual las ballenas crearon el mundo. Ellas guardan la memoria de las estrellas. Esta aventura continúa y la pregunta permanece: ¿cómo habrá sido la conexión entre los indios, algunas civilizaciones antiguas y los animales?