Los niños de hoy en día (según los adultos) nacen con un “chip” integrado que les permite adaptarse con mayor facilidad a los cambios tecnológicos que a nosotros nos costaron mucho más. Sin embargo, al menos en entornos urbanos, los niños tienen una experiencia de la naturaleza sumamente ambigua: árboles en jardineras, parques enrejados, animales en jaulas.
Más que proponer una nostalgia por la naturaleza perdida, hacer viajes de excursión con niños (con nuestros propios niños o viajando con familias con hijos) es una fuente de lecciones y recuerdos nuevos y únicos, tanto para los niños como para sus cuidadores.
La excursionista Katherine Martinko narra en una breve crónica la odisea que puede ser viajar con niños, pero también la maravilla que resulta para los adultos experimentar la naturaleza a través de los ojos infantiles, como si fuera un suceso nuevo y emocionante:
En el curso de varias horas haciendo senderismo por un camino difícil, el niño tendrá que pasar más tiempo entre refrigerios, agua y el descanso que a él o ella normalmente le gustaría. El niño sentirá incomodidad a un nivel que él o ella no tendría en casa, porque parecería inapropiado construirlo artificialmente en el entorno doméstico.
No se trata de “torturar” a los niños, obligándolos a padecer hambre, sed o cansancio por una fugaz mirada a una laguna escondida, sino de mostrarles cosas como el sentido de logro mediante el esfuerzo físico, el trabajo en equipo o la conexión con lo desconocido, incluso con lo peligroso de los entornos naturales.

La naturaleza puede ser fuente de fatigas para los pequeños, pero también de asombros y recuerdos únicos
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Salir de la zona de confort: salir de la burbuja urbana
Una excursión a la falda de una montaña, un paseo en bicicleta, visitar bosques, selvas, pozas y otros lugares no son únicamente pretextos para hacer ecoturismo, sino también oportunidades para que los niños adopten un sentido de conexión con lo natural, con la flora y fauna, e incluso con el miedo.
Crecer en una burbuja urbana también les puede dar la falsa sensación de ser omnipotentes frente a la naturaleza. La comida viene del refrigerador, las ganas de ir al baño se van “como por arte de magia” cuando jalan la palanca del retrete, los únicos animales que observan tienen nombres graciosos y collares.
En cambio, enfrentarse a las demandas del cuerpo en un entorno donde no todo está fríamente calculado los enseñará a resolver problemas sobre la marcha, a negociar, incluso a retrasar el momento de la recompensa (que puede ser algo tan simple y hermoso como un picnic en la cumbre de una montaña). Además, el futuro necesitará de niños y niñas sensibles a los desafíos de la naturaleza en el siglo XXI.
Viajar con niños no es sencillo, claro. Los padres o cuidadores deben ser mucho más precavidos a la hora de planear la excursión; pero también para ellos será una experiencia gratificante. Los pies adoloridos o las picaduras de mosquitos son molestias pasajeras; los recuerdos y la experiencia del contacto con la naturaleza serán recompensas que se quedarán con ellos (y con nosotros) para siempre.