En las últimas horas se viralizado un video en que un grupo de jóvenes en la playa usando a un tiburón para abrir latas de cerveza. En él se ve a un sujeto en traje de baño golpeando la lata con los colmillos del tiburón, el cual es agarrado por otro joven. Después de que el primer sujeto abre, triunfante, la lata de cerveza, se la bebe mientras en el fondo se escucha un alarido eufórico de “¡Vamos!”.
Desde su publicación, el video se ha reproducido casi 600 mil veces, recibiendo comentarios mayoritariamente negativos; como por ejemplo, “Hay una diferencia entre ser estúpido y tener un desorden mental”.
https://www.youtube.com/watch?v=A1fN-7myzcY
Este es un ejemplo de varias publicaciones en redes sociales en torno al maltrato animal: autoretratos con animales marítimos fuera de su hábitat natural –provocando su inminente muerte–, pintar o pegar chicles en las cortezas de los árboles, pelear a golpes con un canguro, entre otros. Son situaciones que podrían considerarse graciosas o ideales para publicarlas en las redes sociales; sin embargo, en el fondo, son actos que afectan tanto a la biodiversidad del planeta como a sus habitantes. Son, en otras palabras, actos de maltrato animal.
Hay ocasiones que en el egocentrismo es difícil observar la serie de consecuencias que implican nuestros actos, en especial si se trata de otro ser vivo considerado “inferior” u objeto de divertimento. Por esta razón, la educación ambiental es importante para contemplar a la diversidad como un todo y parte de uno mismo.
De alguna manera, la educación ambiental podría ser la encargada de brindar una mayor consciencia sobre las necesidades fisiológicas y emocionales de cada ser vivo –animal y vegetal– así como del impacto que tiene la naturaleza y su biodiversidad en uno mismo. Es decir que se requiere liberar al humano de su egocentrismo para darle el lugar que le corresponde a cada ser vivo; y el primer paso para ello es la información fehaciente sobre la importancia de la naturaleza en nuestra cotidianidad.