* por: César Toledo Suárez
¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores
Dejemos al menos cantos.
Nezahualcóyotl
Cuando hablamos de los temas ambientales, solemos abarcar las causas, las consecuencias y las soluciones a partir de un punto de vista mecanicista, en el que pareciera que de apretar un par de botones, ajustar las tuercas y activar algunas válvulas, los problemas podrían solucionarse y podemos dar vuelta de página.
Digamos, por ejemplo, que el día de mañana las grandes marcas de producción automovilística tuvieran una epifanía y decidieran parar por completo su producción con la intención de reducir su impacto en el devenir del cambio climático. ¿Cuánto tiempo pasaría para que surgieran competencias que –aprovechando la falta de adversarios– decidieran comenzar su propia empresa? ¿Cuánto tiempo pasaría para que surgieran nuevas formas de la ambición humana?
Asimismo, podemos hablar de las riñas entre grupos de activismo ambientalista que, sobrepasados por sus diferencias y embriagados por la sed de victoria, compiten unos con otros para tener la palomita de la aprobación social, y en esta búsqueda pierden de vista su común objetivo de apaciguar la lacerante realidad de la desidia y la indiferencia ecológica. ¿Cuánto tiempo y energía pueden perder con el solo motivo de vencer a su adversario, olvidando su propósito original? ¿Cuántas personas quedan desencantadas de su redundante y desesperanzadora actuación, perdiendo la motivación que podían haber tenido para ser parte del cambio?
Pareciera entonces que la verdadera sustentabilidad, la solución última y a largo plazo de los problemas ambientales, no está en la tecnología, ni en las enzimas, ni en las campañas de reciclaje, ni en la mejora de los productos agroquímicos, ni en las bicicletas, ni en la mejora del transporte público, y ni siquiera en la dieta de las personas. Pase lo que pase, el verdadero conflicto, la verdadera crisis ambiental, el verdadero río contaminado, se encuentra en la cadena de interacciones y anhelos humanos que informan la médula de nuestras acciones diarias. Por lo tanto, la verdadera solución a largo plazo encuentra indispensablemente raíz en un cambio de la conciencia humana.
Esto no implica que deban parar las campañas de reciclaje y los esfuerzos por mejorar la tecnología. Sin embargo, sí implica que cualquier esfuerzo de mejora de las condiciones de crisis ambiental está destinado al fracaso si no está sustentado por un proceso de evolución cognitiva y psicológica del ser humano. Al cauce del río al final de los tiempos no le afecta ni nuestra intervención ni nuestra indiferencia, la pregunta que debemos hacernos en realidad es: ¿cuál es la calidad de vida que queremos tener viviendo a orillas del río?