La experiencia alucinógena puede abordarse desde muchas y diversas perspectivas. La ingesta medicinal o recreativa de sustancias alucinógenas o enteógenas como la psilocibina, el LSD, el peyote o la ayahuasca, entre muchas otras, supone un importante cambio en las funciones “normales” de nuestro cuerpo, especialmente de nuestro sistema nervioso. Las alucinaciones comúnmente asociadas a esta experiencia involucran potentes estímulos visuales y sensoriales, además de descripciones de experiencias místicas o emocionales por parte de los sujetos que las han experimentado.
No debe sorprendernos que este tipo de experiencias sean tan buscadas y despierten tantos prejuicios: durante más de medio siglo estas sustancias han sido proscritas por las leyes internacionales y, en muchos casos, su posesión misma constituye un delito. Pero durante miles de años el empleo terapéutico, medicinal y religioso de plantas y alimentos alucinógenos fue tan común como hoy en día lo son la ingesta de tabaco o alcohol. El filósofo Antonio Escohotado es una autoridad en el tema; en su clásico Historia general de las drogas, escribe:
El vino y el tabaco han sido y son tan «enteogénicos» desde un punto de vista histórico-cultural como el ololiuhqui [conocido popularmente como “semillas de la Virgen”] o el yagé [ayahuasca], y cualquier pretensión de negarlo delata una preferencia personal que está por completo fuera de lugar al examinar el asunto.
Cuando los alucinógenos ponen en contacto circuitos neuronales que no suelen interactuar entre sí, la experiencia química se vive a nivel subjetivo como una serie de perspectivas sorprendentes, a veces placenteras y otras aterradoras, pero siempre únicas. De hecho, algunas sustancias como el LSD fueron creadas en laboratorios para experimentar con su potencial para controlar la mente humana; el hecho de que los gobiernos hayan archivado la investigación psicofarmacológica desde los años 60 del siglo pasado obedece a razones políticas y militares que no toman en cuenta el entorno terapéutico y la historia personal de cada paciente, sino únicamente criterios de carácter químico.
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Hikuri (peyote,
Lophophora williamsii
)
La prohibición del pensamiento intoxicado
Es bien sabido que el inventor del LSD, Albert Hofmann, relató su experiencia al respecto en el libro de 1979 LSD: mi niño problemático. Grandes beneficios en el corto plazo, con el riesgo de formar parte de las leyendas urbanas que asocian el LSD con trastornos psicóticos, intentos de suicidio o actos vandálicos. El destino de muchas de estas sustancias ha sido trazado por planteamientos políticos, más que por la investigación científica o antropológica.
El éxito de Carlos Castaneda y libros como Las enseñanzas de Don Juan acercaron (desde una crónica más literaria que científica) las terapéuticas ancestrales a un público ávido de nuevas respuestas a viejos problemas. Lo que las drogas impulsaron en la contracultura de los años 60 y 70 del siglo XX fue la posibilidad de pensar modelos de vida que tuvieran las ventajas del capitalismo y ninguno de sus defectos.
Pero la prohibición del alcohol en los años 20 ya era un precedente importante sobre la importancia de un marco jurídico de regulación de las sustancias intoxicantes. En muchos sentidos, la prohibición dio origen al crimen organizado moderno, el principal proveedor de muchas drogas alucinógenas sintéticas como el LSD o el MDMA. Mientras que las drogas “legales” como el alcohol o el tabaco provocan millones de muertes al año, los efectos físicos de otras sustancias ilegales con potencial terapéutico son temporales e inocuos a largo plazo. Pero como sociedad, ¿en dónde empezó nuestro “problema” con las drogas?
Thomas Szasz abordó esta historia en Nuestro derecho a las drogas, en donde afirma:
En pocas palabras, hemos tratado de resolver nuestro problema con las drogas prohibiendo las drogas «problema»; encarcelando a las personas que comercian, venden o usan tales drogas; definiendo el uso de tales drogas como enfermedades; y obligando a sus consumidores a ser sometidos a tratamiento (siendo necesaria la coacción porque los consumidores de drogas desean drogas, no tratamiento). Ninguna de estas medidas ha funcionado. Algunos sospechan que tales medidas han agravado el problema. Yo estoy seguro de ello.
Beneficios epistémicos de los alucinógenos
Chris Letheby ha estudiado la ingesta de alucinógenos como parte de su tesis doctoral de filosofía en la Universidad de Adelaida (para aclarar: sí, se trata de un hombre cuyo trabajo académico consiste en pensar lo que significan los alucinógenos). Letheby se apoya en evidencia científica para argumentar a favor de los alucinógenos; luego de algunas sesiones de ingesta guiada, en muchos experimentos se han encontrado reducciones en los síntomas de ansiedad, adicciones, estrés postraumático y depresión de los voluntarios. Pero la explicación de Letheby para estos extraordinarios efectos a largo plazo es menos científica que filosófica.
Según él, la gente que sufre este tipo de padecimientos psiquiátricos no logra obtener conocimiento (es decir, un conocimiento epistémico) de su mundo, y puede que no cuente con las herramientas adecuadas para producirlo. Es así que para ciertas personas, la supervivencia en el mundo está sustentada en ciertos conocimientos a los que tienen acceso de una forma u otra; pero algunas otras (con diagnósticos desde la depresión hasta la esquizofrenia) enfrentan la vida cotidiana como una experiencia interminable de sentimientos como tristeza, decepción, ansiedad y confusión.
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“Hongos mágicos” (psilocibios)
Muchos pacientes que viven con enfermedades difíciles de diagnosticar también tienen problemas para describir exactamente sus padecimientos. En ocasiones, los pacientes pueden echar mano del lenguaje figurativo para expresar sus síntomas. “El dolor crónico se parece al amarillo”, ha escrito Isaura Leonardo. Las metáforas y sinestesias, a menudo descritas por los psiconáutas como un efecto de los alucinógenos en la percepción normal, constituyen la realidad de muchos cuerpos que no tienen el privilegio de un diagnóstico para nombrar sus realidades.
En ese sentido, al ingerir psicodélicos (en condiciones controladas y con el acompañamiento psicoterapéutico adecuado a cada uno) los pacientes pueden atravesar una experiencia profunda de construcción de sentido: se dan cuenta, mediante la observación directa, de que la conciencia es una construcción activa, diaria, potencialmente interminable y siempre en proceso de cambio, y a partir de establecer con ella una nueva relación, obtienen “conocimientos genuinos” sobre sí mismos:
el proceso causal que lleva de la ingesta de psicodélicos al beneficio psicológico (ya sea terapéutico o cosmético) tiene que ver esencialmente con representaciones mentales fenomenalmente conscientes. Esto es importante porque es una forma de precisar la afirmación de que la transformación psicodélica es un tipo particular de intervención psicofarmacológica.
Una experiencia que ofrece beneficios similares a estos, pero sin el componente químico, es la meditación. Según Letheby, las sustancias psicodélicas solamente nos ayudarían a transitar más rápido un camino que con la meditación parece más tardado, pero cuyo resultado es muy parecido: una experiencia de disolución del ego.
Las técnicas de meditación, vistas desde el saber científico occidental, tienen el potencial de disminuir los síntomas de la ansiedad y la depresión; de hecho, la neurociencia se ha beneficiado muchísimo de los voluntarios budistas que han accedido a meditar bajo incómodas condiciones de laboratorio.
Los alucinógenos nos recuerdan que la “normalidad” es ilusoria
Volviendo a Letheby, y como si sus señalamientos no fueran lo suficientemente polémicos, el filósofo también argumenta que lo que llamamos “percepción de la vigilia consciente” (el estado “normal” en el que experimentamos la realidad circundante) es también una “alucinación controlada”. Algunos estudiosos argumentan que la realidad misma es una alucinación.
Existen posturas muy diversas desde las cuales se ha estudiado la alucinación no solamente como síntoma de ciertos padecimientos sino como estructura general de nuestro pacto subjetivo y colectivo con la realidad, desde Oliver Sacks hasta películas como Limitless o la más reciente Clímax de Gaspar Noé, en la que un grupo de bailarines ingieren LSD sin saberlo:
https://www.youtube.com/watch?v=kdAwGJ7_CyI
Y es que basta con intentar ver el mundo desde una óptica objetiva por un momento para sospechar que las convenciones que nos rigen como sociedad parecen muy extrañas cuando nos fijamos en ellas. Más o menos como las ideas de John Cage acerca del silencio. La forma de la ropa, el mundo del dinero, los objetos manufacturados, la naturaleza misma, se ven súbitamente envueltos en un halo de novedad y excitación cuando prestamos una atención extrema a nuestros sentidos (o bien, como en la meditación, cuando callamos la facultad rectora y nos entregamos a la mera percepción).
Claro, la experiencia psicodélica implica someterse voluntariamente a violentas combinaciones neuroquímicas temporales sin efectos físicos permanentes, pero que nos dejarán una experiencia intransferible (¿tal vez incomunicable?) acerca de lo que es estar vivos. Gracias a la investigación y la discusión informada sobre la prevención de riesgos, los alucinógenos ofrecen la promesa de darnos soluciones ancestrales a problemas actuales.