De un momento de contemplación se pasa a la comprensión. “Escuchamos y aprehendemos lo que en cierto modo ya sabíamos”. Si parece muy obvio, no lo es. Discernir entre lo objetivo y subjetivo da dolores de cabeza a los filósofos, también a las personas – y especialmente a las mentes inquietas.
Henry David Thoreau (Julio 12, 1817– Mayo 6, 1862) nos es cercano por la conciencia que tuvo de observar la naturaleza y vivir en sintonía con ella (Walden), por su argumentación sobre la desobediencia civil, por la suma de ideas que quedaron en sus notas (Diarios).
Thoreau sigue siendo un espíritu afín a nuestra época. Aunque nació hace casi dos siglos, este filósofo no sólo sigue siendo vigente sino un provocador del pensamiento, especialmente en tiempos del individualismo tecnologizado y las imposiciones de la economía global.
Ver de verdad
En esta ocasión abordamos el enfoque sobre saber vs. ver. Como punto de partida, Thoreau proponía que aprehender la realidad, extender los horizontes de la Verdad, se limita por las preconcepciones (puntos ciegos de los que nadie está excento). Y que, de alguna manera, “recibimos lo que estamos listos para recibir”, esto refiere a recibir el conocimiento de forma directa.
No siempre lo que creemos es lo es. La historia de la humanidad y las historias de vida son una urdimbre de creencias que se deshacen para ver más allá de los velos. Esto es algo a lo que se ha acercado la filosofía por distintos caminos, tanto en Occidente como en Oriente. Anterior a la Escuela Trascendentalista, el Budismo señala que es la ignorancia (Avidya) lo que distorsiona la realidad de la condición humana y nubla la mirada para comprender la Verdad Última.
La ignorancia en estas tradiciones suele representarse como una anciana ciega que camina a tientas. Pero también para Thoreau mientras los prejuicios nos cieguen, seguimos ignorantes, no podemos saber.
Y, ¿por qué ver con claridad ha sido sinónimo de sabiduría? ¿Por qué la experiencia de lo verdadero es como “ver de nuevo”?
No se trata aquí de privilegiar uno de los sentidos sobre otro. Si no de subrayar que entre menos preconcepciones más terreno hay para la experiencia directa. Es decir, que podemos comprobar empíricamente el alcance de nuestras hipótesis o sus limitaciones.
¡Eureka!
Eureka es una expresión atribuída al matemático Arquímides en el momento que tuvo una chispa de comprensión. Parecida es la leyenda de que Newton llegó a la resolución de su Teoría de la Gravedad cuando estaba sentado bajo la fronda de un árbol y, repentinamente, se desprendió una manzana de una de las ramas. Estos momentos de visión articulan la claridad y la vuelven inteligible.
Esto sigue siendo un misterio; rastrear el pensamiento, meterse en la cabeza de otra persona, literalmente, no es posible. Tenemos a la mano la experiencia individual que desde la infancia temprana va cotejando subjetividad-objetividad.
Sin embargo las creencias preconcebidas, como descartar que los humanos no pueden volar porque no tienen alas y por ello tomar por algo iluso los planos de Leonardo Da Vinci que antecedieron a los aviones, es algo cíclico en la historia del conocimiento.
Ideas fijas
El sabio es el que ve. Manifestado así en casi todas las tradiciones. El sabio ve porque se ha liberado de las ideas fijas. Un idea fija es una creencia que se vuelve una obsesión, a veces una obsesión colectiva. Y este tipo de pensamiento estrecho ha cuestionado a científicos y filósofos, pero también a artistas, por ejemplo, el Impresionismo fue tachado por una pintura de bestias (Fauvismo), simplemente porque, hasta entonces, nadie había visto el color y la luz de esa manera.
En México, el filósofo Luis Villoro se propuso explicar qué es ver, saber, creer y conocer. Es un privilegio contar con eruditos que se adentran en Teoría de Conocimiento y más si lo hacen de forma apasionada y en nuestro propio idioma.