Es posible que existan millones de interpretaciones de la vida, pues cada persona tiene una visión distinta de su paso por el mundo. Sin embargo, algunas se rigen por la lógica de la ganancia o la pérdida, es decir, calificamos la vida y sus momentos en malos o buenos. Por suerte, el filósofo y escritor Alan Watts fue uno de los primeros en hablar sobre cómo vemos el mundo y de qué forma podemos ser más felices.

Alberto Polo Iañez
Como incansable impulsor de la filosofía oriental y fiel seguidor del taoísmo, Watts desarrolló una disciplina mental en la que no existía la división de la vida en bueno o malo. El único propósito, en realidad, era alcanzar la libertad y el empoderamiento, pero ¿cómo se logra eso?
Dejar de calificar la vida para ser feliz
Suena casi utópica una vida libre de categorías de bueno o malo. Pero la realidad es que todo se encuentra en nuestra mente, en aquella noción de que todo se reduce a las pérdidas o ganancias, el éxito o el fracaso, la pobreza o la riqueza. Inmersos en la sociedad moderna, que se ha encargado de determinar el valor de cada persona por sus “éxitos” o “fracasos” (sea lo que sea aquello a lo que se refieren esas categorías), encontrar la libertad es un tanto más complicado.
Afortunadamente, existe una parábola china que retrata la complejidad de la vida y es un buen ejemplo de cómo no caer en la categorización de pérdidas o ganancias según la sociedad.
La historia de este granjero es una manera de reflexionar sobre la forma en que experimentamos los sucesos, incluso cuando no son necesariamente buenos o malos, sino que son como los queramos ver:
Había una vez un granjero chino cuyo caballo se escapó. Esa noche, todos sus vecinos vinieron a compadecerse. Dijeron: “Lamentamos mucho que su caballo se haya escapado. Esto es muy desafortunado”. El granjero dijo: “Quizá”. Al día siguiente, el caballo regresó con siete caballos salvajes y, por la noche, todos regresaron y dijeron: “¡Oh, no es tan afortunado! Qué gran giro de los acontecimientos. ¡Ahora tienes ocho caballos!”. El granjero dijo nuevamente: “Tal vez”. Al otro día, su hijo intentó montar uno de los caballos y, mientras lo hacía, el caballo lo arrojó y se le rompió una pierna. Luego, los vecinos dijeron: “¡Oh cielos, eso está muy mal!”, y el granjero respondió: “Quizá”. A los pocos días, los oficiales de reclutamiento vinieron para reclutar gente en el ejército, y rechazaron a su hijo porque tenía una pierna rota. Nuevamente, todos los vecinos se acercaron y dijeron: “¿No es genial?”. De nuevo, dijo: “Quizá”.
Esta es la experiencia de un hombre (ficticio o real) que, a pesar de las circunstancias, no se detuvo a pensar en términos de ganancia o pérdida. Es verdad que en ocasiones la sociedad puede opinar muchas cosas y eso nos enfrenta a panoramas que jamás habíamos considerado.
Por esta razón, aprender a trabajar con nuestra mente es primordial. Encontrar quién eres, qué te hace feliz, cuáles son tus preocupaciones y las formas en que enfrentas los cambios de la vida. Sólo así lograrás llegar a ese punto “donde te liberas de ciertos conceptos fijos acerca de cómo es el mundo, descubres que es mucho más sutil y mucho más milagroso de lo que creías” (Alan Watts).