Hemos perdido la orbita, el piso y la brújula. Nuestro mundo está por colapsar, como ya ha advertido la ONU, y de hecho nuestro propio planeta nos lo ha dado a entender con los inéditos acontecimientos que se han sucedido los últimos meses. En Australia se registraron temperaturas de 50℃, mientras que los osos polares, huyendo frenéticamente del derretimiento de su hábitat, invadieron islas de Rusia.
Estos dos ejemplos paradigmáticos sirven para ilustrar que, literalmente, estamos liquidando nuestro mundo. Lo estamos disolviendo, derritiendo, fundiendo, diluyendo, licuando. La sociedad se ha vuelto tan líquida, como teorizara Zygmunt Bauman, que está ahogando el planeta en el que vive.
¿Sólo el amor es líquido?
Fue Bauman quien teorizó a las sociedades contemporáneas como líquidas. Esencialmente porque la fluidez es una cualidad de los líquidos que se da gracias a una inexorable ley física: la separación de los átomos. Este filósofo se dedicó a divulgar los riesgos de esta separación que caracteriza a la existencia desde hace más de 5 siglos.
Bauman no sólo pensaba que el amor es líquido.
La liquidez en el ámbito del afecto es nada más que una de las tantas consecuencias –aunque quizá la más brutal– de la separación que inaugura a las sociedades modernas. Intentando dar un orden a cómo lo sólido se fue volviendo líquido, podríamos decir que hubo un proceso combinado a partir del cual nos separamos de la naturaleza, de la comunidad y de nuestro trabajo. Aunque deberíamos decir que más bien nos separaron, a través del dominio y la explotación mediante los cuales se busca el poder.
Las grietas que se han abierto, producto de las segregaciones de todo tipo, no han hecho sino ensancharse y profundizarse, convirtiéndose en auténticos abismos. Por las grietas fluye nuestra ilusoria libertad: la libertad de consumo, la libertad de tránsito, la libertad de amar, la libertad de votar, la libertad de ser. Pero nuestra libertad, sustentada en el individualismo, en la liberalización económica, en la desregulación y en la flexibilización, tuvo un precio: disolver a las colectividades.
Acción colectiva para re-unirnos
Todo esto nos hace vivir en la incertidumbre: nuestro mantra es vivir cada día como si fuera el último, porque realmente estamos al borde de lo finito. Miramos el abismo, pero ni el vértigo nos despabila: así de confundidos estamos. El problema, pensaba Bauman en La modernidad líquida, es que ya no podemos saber qué es exactamente lo que nos tiene así, lo que termina por limitar nuestra capacidad de acción:
Las pautas y configuraciones ya no están determinadas, y no resultan “autoevidentes” de ningún modo; hay demasiadas, chocan entre sí y sus mandatos se contradicen.
Así, la responsabilidad de todo lo que pasa es nuestra: el fracaso de la sociedad es sólo culpa del individuo. Por eso tantas personas intentan frenar el tren descarrilado de la humanidad entera. Se convierten en activistas aislados porque no encuentran dónde crear comunidad. Pero los problemas que encaramos no pueden resolverse sin tejer nexos, vínculos, alianzas, y redes de todo tipo –más allá de las de Internet, por supuesto–, y Bauman nos explicó por qué:
Los poderes globales están abocados al desmantelamiento de esas redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuente principal de su fuerza y la garantía de su invisibilidad.
No existe una sola salida a este problema. Pero Bauman pensaba en los contrarios de la modernidad líquida como posibles soluciones. Frente al individualismo, acción colectiva. Ante el abismo, un piso firme. Entre los desbordamientos de lo líquido, la solidez de los espacios. En fin: hacer visible lo invisible.
Los sólidos que han sido sometidos a la disolución, y que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad fluida, son los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivos –las estructuras de comunicación y coordinación entre las políticas de vida individuales y las acciones políticas colectivas–.
Bauman no solía dar “recetas” o salidas fáciles para salir del problema en el que nos encontramos. Quizá porque la salida depende de que pensemos, entre todos, en cómo puede ser un futuro compartido, una sociedad más solidaria y empática, menos individualizada, menos alejada de la naturaleza y menos tecnologizada. Todo podría empezar con un diálogo, como dijo en una entrevista en el programa Salvados:
Sin diálogo, estamos acabados. Vivimos en un mundo caótico y desorganizado, y la única manera de hacer un camino despejado para pasar entre este desastre es precisamente a través de un contacto y una conversación inteligentes.