La civilización se ha cimentado, en todas las épocas y temporalidades, en paradigmas fundamentalmente masculinos. En la actualidad, esto se refleja en una infinitud de actos cotidianos que se han ido normalizando a tal grado que las sociedades modernas somos incapaces de desvincularlos de la educación cultural.
Arte: Alan Dee Haynes
Según la feminista india Gayatri Spivak, el género es la primera diferencia abstracta que nos da identidad. Todo lo demás, podría decirse, gira alrededor de esta primigenia cuestión, y tanto, que el género sigue definiendo muchos de nuestros actos y concepciones del mundo durante el resto de nuestras vidas. ¿Cómo se refleja esto?
El paradigma masculino interiorizado
Varios experimentos han comprobado que, llevado a niveles incluso inconscientes y muy subjetivos, la idea de lo masculino es siempre la que ostenta un mayor grado de legitimidad, y no sólo entre hombres, sino también entre mujeres. Por ejemplo, en un experimento donde se hacía ver a participantes de ambos géneros un video de una empresa que buscaba hacer atractivas las inversiones, narrado alternativamente por un hombre o una mujer, los participantes dijeron sentirse un 68% más atraídos a invertir cuando habían escuchado la voz masculina.
Resulta paradójico que incluso las mujeres tengan interiorizada la superioridad masculina, pero al mismo tiempo es totalmente comprensible si pensamos que estos son modelos con los que convivimos desde niños; la mayoría de los grandes personajes de ficción, sean literarios, fílmicos o de caricaturas, son hombres: en el hombre reside la fuerza, el coraje y otro cúmulo de valores que en pocas ocasiones se asocian a la mujer.
De esta forma, todo tipo de expresión cultural o humana esta permeada de preeminentes valores masculinos, y esto define desde los gustos más cotidianos y mundanos hasta cómo manejamos nuestras relaciones más íntimas, impactando incluso en la conformación de sociedades enteras. Por eso, el tema del feminismo hoy en día no puede estar más vigente; lo único que necesitamos es plantearnos nuevos objetivos.
Alcanzar la equidad de género: una tarea de cuerpo, mente y espíritu
De manera observable, existen diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Pero, ¿que hay de las diferencias social e históricamente generadas? Existen, y están arraigadas –psicológicamente– en lo más profundo de nosotros. Afortunadamente, así como fueron generadas estas concepciones, también podemos transformarlas si hacemos un esfuerzo consciente y activo, pero sobre todo, sutil y cotidiano.
Se trata de entender, básicamente, que no somos iguales: todos somos únicos. Buscar la equidad no es buscar que hombres y mujeres seamos idénticos sino, más bien, que aceptemos las diferencias y partamos de ellas para tejer una nueva convivencia como especie pensante, alejada de preconcepciones y prejuicios desfasados de época.
Debemos hablar de liberar mentes tanto como de liberar a la sociedad (Angela Davis)
La equidad de género nos plantea el reto de reeducarnos, como apunta Spivak, pues muchos de los prejuicios de los que nos hacemos provienen de la falta de calidad en la educación o del hecho de que muchos no pueden acceder a ella. Por eso priman el racismo, la homofobia, el machismo y tantas actitudes nocivas para las relaciones dentro de los ecosistemas urbanos, que se cultivan en ambientes donde no están presentes otros valores éticos y morales.
Pero adicionalmente, los cambios también pueden hacerse en silencio, porque la equidad de género es también un estado mental y espiritual.
Para Spivak, se trata de entrar nuestra mente y reflexionar qué cosas determinan nuestros actos y cómo podemos transformarlos introspectivamente.
La equidad de género debe alcanzarse mediante la lucha en los flancos psicológicos, éticos, sociales, espirituales y, sobre todo, activistas. Es la evolución consciente lo que va a cambiar nuestro paradigma actual.
*Fotografía principal: What It’s Like To Be An Androgynous Female Model; Buzzfeed