Milenariamente, las personas han poseído bienes individuales. Los antiguos cazadores, por ejemplo, acordaban compartir la tierra, pero cada uno tenía sus propios bienes –flechas, lanzas, etc.–. Siglos después, durante la Edad Media, los bienes personales también correspondían a la propiedad individual, premisa que eventualmente también se aplicó a las extensiones terrestres.
Aparentemente, la historia está cambiando. Según un análisis del sitio Big Think, la tendencia urbana de encogimiento de los espacios habitacionales provocará que cada vez sea más común que los individuos compartan bienes que históricamente han sido privados, tales como bicicletas, autos y mascotas. Incluso surgirán negocios ‘comunitarios’ alrededor de este fenómeno: si yo, debido a la carencia de espacio en mi casa no puedo tener una lavadora, podría rentar la del vecino.
Otro efecto derivado de la tendencia de construcción de espacios habitacionales cada vez más pequeños será el aumento en el uso de áreas comunes. La falta de espacios de recreación en casa para nuestros hijos provocará que los parques, por ejemplo, sean cada vez más concurridos –el espacio público cada vez será más compartido y valorado–.
Actualmente, poseer una vivienda propia o un pedazo de tierra dentro de un contexto urbano es algo poco probable para la mayoría de la población. En cambio, todos tenemos pertenencias que tradicionalmente han sido de uso personal, pero que pronto podrían convertirse en bienes de capital (aquellos que pueden generar ganancias). Por otro lado, está dinámica requiere de una mayor interacción entre las personas que comparten un mismo entorno citadino, lo cual fortalecerá el sentido de comunidad y cooperación.
* Fotografía: Northern Friend